Diario del aislamiento Día 49: Ironías del Presidio (VIII)



Cuarenta y nueve días y siguen pasando cosas que nos hacen frotarnos los ojos, eso sí, con las manos recién lavadas.  



Tras casi cincuenta días confinados, se dice pronto, parece que por fin la pandemia remite y se empieza a controlar en algunos territorios, permitiendo que se pueda comenzar a mirar el panorama con un poco de perspectiva, desde fuera de la centrifugadora. Asomando la cabeza intuye uno que en breve empezaremos a tomar conciencia real de la gravedad de los partes diarios de víctimas que hoy nos parecen una mera estadística, la curiosa distribución de la pandemia (siempre en el primer mundo, en Occidente, en los países grandes y ricos de Europa y en Estados Unidos) y en la enorme cantidad de costuras que deja a la vista el tsunami.



Estados Unidos es ahora el foco principal de la pandemia, tanto por el número elevadísimo de contagios y víctimas mortales, que dobla holgadamente las cifras de los países que le siguen en el lúgubre ranking diario, como por la disparatada gestión de su rubicundo líder. Éste, gesticulando con sus manitas de lémur, ofrece a diario al mundo un espectáculo que sería cómico si no llevara a sus espaldas más de sesenta mil muertos, que se dice pronto. Trump acusa a China, culpabiliza a la OMS, recomienda beber Cristasol, invita a sus seguidores a recuperar la libertad contraviniendo la ley y llama buenas personas a los ciudadanos armados y pertrechados como comandos de élite que entraron hace poco en el Parlamento de Michigan, uno de los estados que había invitado a liberar por las armas, algo que parece que acaba de hacer un responsable de prensa de la Generalitat, por cierto. Miedo nos da sugerir desde estas líneas alguna medida accesoria del estilo, por miedo a dar ideas a los observadores de la CIA que sin duda leen este blog a diario, entre escucha y escucha, un saludo para todos.



Mientras tanto, en Europa emerge una figura que concita la admiración general, casi por delante de la eficaz Merkel, una de las pocas dirigentes con formación científica, que parece haber gestionado lo que va de crisis con mucha más eficacia que los demás aunque sus sanitarios se quejan de lo que todos, de que no tienen medios. Nos referimos al simpar Capitán Tom Moore, veterano británico de la Segunda Guerra Mundial que se propuso conseguir 1.000 libras para apoyar al sistema público de salud del Reino Unido, el NHS. Fiel a la tradición británica de hacer cosas complicadas para pedir dinero a sus conciudadanos y apoyar una causa benéfica (hacer un maratón vestido de oso panda, subir el Kilimanjaro en patines, esas cosas que hacen ellos), el anciano militar se propuso dar 100 vueltas diarias a su jardín, ayudado de su andador. Este desafío lo realizaría durante todos los días hasta su 100 cumpleaños, el pasado 30 de abril, día en el que cumplen años las personas más importantes. La imagen del encorvado anciano andando a diario, elegantemente vestido con chaqueta, corbata y condecoraciones, resultó ser una inspiración general para el país y terminó por conseguir su propósito, acumulando no ya 1.000 libras sino 30 millones, y terminando su periplo prometido entre una guardia de honor, con la televisión en directo y miles de tarjetas de felicitación. Llegados a este punto, resulta imposible no preguntarse qué habría ocurrido en nuestro país si un militar retirado se hubiera propuesto hacer lo mismo. Primero, probablemente habría tenido que limitar su paseíto al pasillo de un piso, al ser escasas las casas con jardín en nuestras ciudades, imposibilitando la retransmisión televisiva. Segundo, con seguridad habría sufrido las inmediatas críticas de ciertos sectores antimilitaristas de la izquierda, que le acusarían de fascista y asesino sin preguntarse antes si este buen señor era sanitario o artillero, de derechas o de izquierdas, de Nesquik o Colacao; al mismo tiempo, es muy probable que sectores de la derecha más profunda ensalzaran su figura y su probable bigotito recortado no tanto por el gesto solidario, sino por pertenecer al ejército, algo que ya saben está especialmente valorado entre aquellos que se libraron de la mili por tener un familiar coronel.



La adorable gesta del Capitán Tom Moore habría terminado en nuestro país en pelea general, en descalificaciones de uno y otro bando, en denuncias hacia el paseante por haber pagado una reparación de un vespino sin iva en 1983, contestadas desde el otro lado con recordatorios a la manifestación del 8M y el caos de los datos, entre soflamas patrióticas e himnos de España a todo trapo desde los balcones. Mientras el Capitán Tom Moore hace pensar a los británicos en el heroico Major Tom, aquí nos vendría a la mente más bien en el Mago Moore, quien por cierto es un tipo encantador y muy listo.



En España, mientras tanto, las cosas permanecen más o menos igual pero tornando en caricatura. Se diría que todos los gestos extremos se van acentuando, mientras que las llamadas a la unidad y al sentido común pasan desapercibidas; el resultado es un espectáculo disparatado al que la ciudadanía de bien asiste con una mezcla de asombro, preocupación y vergüencita ajena. El gobierno sigue a la deriva, intentándolo a trompicones y sin acierto, transmitiendo desconocimiento, improvisación, descoordinación, falta de comunicación y transparencia y, casi lo peor, un alto grado de petulancia en su presidente Sánchez, carente de carisma pero con un raro talento para poner a todo el mundo en su contra. La extrema derecha y los independentistas, enemigos íntimos, siguen con su curiosa coincidencia en los fines y en los medios: altivos y desafiantes, critican, insultan y se echan las manos a la cabeza como cuando los que se creen muy listos escuchan la opinión de uno al que consideran tonto; a la vez, pasan el tiempo amagando con la desobediencia pero no desobedeciendo del todo, como esos adolescentes que amenazan con irse de casa pero cambian de opinión en cuanto es la hora de comer y se anuncia paella. De esta actitud rebelde ya no se libra ni el Papa, al que privan de su tratamiento cuando interesa, tratándole simplemente de ciudadano y menospreciando así la inspiración que el Espíritu Santo brinda a los cardenales cuando lo eligen; el gesto por cierto recuerda a la manera en la que el líder de IU trata al Rey, hijo de aquel al que su antecesor Carrillo defendió cuando el país así lo requirió para salvaguardar el interés de todos. Qué cosas traen las pandemias.  



Entretanto, medios de comunicación, políticos y pueblo llano demuestran su desprecio hacia el patrimonio cultural patrio al normalizar el uso del término “desescalada”, desoyendo a la RAE e irritando a los amantes de la gramática, la sintaxis y el léxico castellano, a los que sin embargo no se oye proponer protestas masivas en los balcones haciendo chocar ejemplares del María Moliner. Sería lo suyo, ahora que hemos conseguido entre todos que el antaño emocionante aplauso de las 20:00 se haya convertido en un ritual ejecutado con desidia cuando no directamente con rabia en competición con los vecinos que a la misma hora salen con cacerolas entre la confusión general. Del gesto solidario a la bronca, este podría ser el lema del escudo patrio en sustitución al “Plus Ultra” que además nos hace pensar en una póliza de seguros o en un hidroavión transatlántico.



Quizás esta caricaturización general tenga estos días una protagonista especialmente acusada y reveladora: Isabel Díaz Ayuso. Poseída ya definitivamente por el espíritu provocador y desfachatado de la dueña de su primer empleador, Pecas, Ayuso concita ahora el interés de los medios y el pueblo, pendientes ambos de su próxima performance. Ayuso, inspirada por su madrina política, se ha especializado en desplantes y desafíos, en ir a dar la bienvenida a aviones o acudir a misa siempre a la hora en la que le convoca el presidente del gobierno, y siempre rodeada de cámaras que capten su saludo campechano o su rictus de dolor, a veces con lágrima en apariencia sincera, a la manera del Pablo Casado abatido que frecuenta los cuartos de baño con un fotógrafo, no me digan que ahí no hay para un artículo. Poco partidaria de dar explicaciones, la presidenta se escuda en que a los niños les gusta mucho la pizza para justificar la sustitución de comidas gratuitas por otras a domicilio poco recomendadas por los nutricionistas; quizás haya una buena explicación para ello (por ejemplo, que la empresa concesionaria ofrece un buen precio y es de las pocas que tiene la capacidad logística para ofrecer el servicio), pero Ayuso sabe que viste más la declaración faltona y desafiante, como hacía Ana Botella en ese episodio de la gaviota reidora que le resultaba tan gracioso a nuestra jovial alcaldesa bilingüe, o Esperanza Aguirre cuando decía aquello de que ella había destapado la Gurtel o que era pobre de pedir.



Consigue así Ayuso, al menos en apariencia, igualar la exagerada teatralidad de sus colegas de profesión tanto de la derecha, azotes del gobierno con máscara españolizada y cabreo perpetuo, como de la izquierda, machacones adalides de la igualdad de género y la memoria histórica ya se hable de sanidad, defensa o toros; qué más da de qué se hable, tú mete la coletilla y con eso justificamos cualquier cosa que digamos. Consigue así también no responder a algunas de las preguntas que hace la ciudadanía: por ejemplo, cómo es posible que los sanitarios sigan sin mascarillas si cada dos por tres llega a Madrid un avión con toneladas y toneladas de materiales, recibidos por cierto por Ayuso si hay suerte y el aterrizaje coincide con algún acto gubernamental, o cuál es el papel de la Comunidad en la desgraciada gestión de las residencias de ancianos, que en principio quedan bajo su tutela. Todo esto parece accesorio para Ayuso aunque a muchos les parezca principal, y la razón podría ser que es más complicado explicar las cosas difíciles que hablar de lo mucho que les gustan a los niños los nuggets de pollo y las hamburguesas, tanto por cierto como el alcohol a los alcohólicos o la heroína a los adictos. Por último, a decir de algunas encuestas, también consigue más apoyo del que tenía, algo que asombra como poco.



El último episodio, en el que la audaz presidenta no fue la única protagonista, fue el delirante acto de cierre del hospital de Ifema. Lo que debería ser por un lado la despedida de un símbolo de la rápida reacción de las autoridades sanitarias y el ejército para poner en marcha una operación complicada, y a la vez una llamada de atención sobre la precariedad del sistema sanitario de Madrid y una denuncia del altísimo impacto que la pandemia tenía en la capital, terminó siendo una kermesse con conga incluida en la que sanitarios, políticos y periodistas se mezclaron entre ellos sin la distancia de seguridad ni los rígidos protocolos de distanciamiento que nos exigen a la ciudadanía. Resulta sorprendente que mientras por un lado se reclama solemnidad y luto en respeto a los enfermos fallecidos, cosa que resulta entendible y razonable, se celebre como un título de liga el desmantelamiento de un hospital de campaña. O que mientras se critica a un gobierno por no saber organizar el confinamiento de 47 millones de personas y el trabajo de todas las unidades de cuidados intensivos de un estado de estructura muy compleja, se exculpe a la organización de un evento de clausura de un pabellón de Ifema como si esto fuera mucho más complicado. Sorprende también que mientras algunos se hacen fotografías con gesto de dolor y preocupación por la situación, otros, cercanos, convierten un acto que debería ser de discreto agradecimiento a los responsables y de disculpa a los que no van a poder seguir con un contrato en un rosario de fotitos, choque de codos y reparto de bocadillos de calamares. Al menos hoy, en un acto casi igual de multitudinario pero con algo más de orden, Ayuso ha pedido unas disculpas así como de tapadillo, quizás empujada por las previas de Almeida. Éste, más discreto, se diría que vive la situación casi avergonzado, adivinándose un cierto rubor tras esa mascarilla XXL que le han dado y que le cubre desde el puente de la nariz hasta la nuez, una especie de toalla de playa que le da aspecto de haberse caído de boca en el spinaker de un barco de la Copa América. Al menos mantiene su tono amable a pesar de las críticas por sus apoyos fiscales a las casas de apuestas, consciente de que lo difícil viene ahora y que su compañera de ticket electoral va quemando crédito a velocidad de gasolina. Eso sí, recuerda Almeida en este punto que también Esperanza Aguirre era el hazmerreir nacional cuando era ministra de cultura y ahí siguió bastantes años más de los que sugería su entrada en política, y arquea sus cejas tras su mascarilla-manta.



En este país caricaturizado, manejado por una clase política que cada día exagera sus rasgos más negativos y renuncia al sentido común en favor de la foto y el jueguecito de palabras para la prensa, hoy termina el confinamiento total. Viendo el ejemplo de los que deberían dar ejemplo, lo normal sería un nuevo espectáculo de bochorno general, incumplimiento sistemático y desesperación resignada de los cumplidores, amargaditos por ver cómo se difumina de nuevo la barrera entre el civismo y la sensación de ser un pringado. Pero de eso ya hablaremos mañana, quizás último día de este diario. Mientras tanto, una canción que nos recuerda que todo pasa, hasta las pandemias.







Playlist para el día 49, gentileza de la esperanzada Blanca DB:

All things must pass


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