Diario del aislamiento Día 50: Esto es todo, amigos



… y cincuenta. Hasta aquí hemos llegado, a partir de ahora ya veremos si seguimos, cuándo y cómo. Quizás de vez en cuando, quizás con fecha fija, quizás nunca jamás. Quizás, quizás, quizás.



Hala, pues ya estamos en fase cero con salidas diarias, ya no estamos tan confinados como hasta ahora, ahora estamos desescalando, que es gerundio. Desescalando, que debe ser desandando lo andado, desconfinando, volviendo, vamos, tampoco era tan complicado el verbo.



Entramos hace cincuenta días para estar dos semanas metiditos en la cueva, y hace justamente un mes, más o menos, alcanzamos el pico de la pandemia: 950 muertos y 8.000 contagiados en un día, según un método o quizás según otro, a estas alturas ya no tenemos ni idea de cómo se cuentan las cosas. Por aquel entonces la luz al final del túnel parecía lejanísima y hoy miramos hacia atrás y no nos parece que fuera hace tanto, o quizás sí. Hace solo un mes de eso, hace menos de dos meses que nos metimos en casa y no teníamos ni idea de dónde nos metíamos, pero ahora ya lo sabemos.



Miramos hacia atrás y vemos las fases por las que nosotros mismos pasamos: la risa nerviosa y los chistes sobre papel higiénico, el susto al ver que la cosa empeoraba y que el encierro se alargaba, el desconcierto, la búsqueda de culpables, la crispación general, la politización hasta la náusea, la extraña incorporación de la nueva rutina a nuestras vidas, la paulatina separación de las cosas que nos hacían sentirnos mal, la reclusión en la caracola que cada uno se ha construido para escapar del ruido ambiente. El pánico por no saber qué hacer con tanto tiempo al principio, las listas de deberes y objetivos prioritarios, los primeros días de teletrabajo, el caos de las videollamadas, el colapso de los chats y la hartura de memes y chistes, las expediciones al supermercado fijándonos en cómo iban vestidos los vecinos, la sobreinformación sobre qué hacer, cómo vestir, qué tocar, qué no tocar. La extraña sensación de que los días empezaban a ir más rápido, la extrañísima sensación de que, aun en cautiverio, los viernes son viernes y los sábados son sábados, las salidas al balcón primero emocionantes, luego habituales, luego divididas, hoy ya indefinibles. La constatación de que hay mucha gente buena, la constatación de que hay mucha gente idiota, la constatación de que hay mucha gente irresponsable, la constatación de que todos pensamos que la gente es otra, no nosotros, y de que todo lo que hacemos tiene un porqué solido e indiscutible.



Nos quedan ahora los siguientes pasos, asumir que la responsabilidad ya es enteramente nuestra y no de otros, sean gobiernos, laboratorios chinos, pangolines infectados, administraciones regionales, sistema capitalista, revolución obrera bolivariana, vecinos inconscientes, paseadores de perros compulsivos, ventaneadores de la Gestapo, vendedores de mascarillas defectuosas, epidemiólogos profesionales, pandemiólogos amateurs, analistas de barra de bar, cuñados de los cuñados, generadores de bulos, primos de amigos de vecinos de compañeros de trabajo que han visto una cosa u otra y han hecho un audio y un vídeo, extremistas sin escrúpulos, cenizos de guardia, optimistas irritantes, fans de Mr Wonderful y Paulo Coelho, gafes irreductibles, odiadores de la raza humana o periodistas busca clicks. Todos estos han tenido su momento pero ahora es el nuestro, de nosotros depende que las cosas se hagan bien o se hagan mal. Nadie se quiere infectar y nadie quiere infectar al resto, pero es el momento de ver si somos capaces de pensar en el vecino a la hora de hacer algo que nos interese, eso tan infrecuente en este país en el que cada uno mira a su ombligo, luego a los que pueden haber visto si se ha mirado al ombligo y, solo al final, al resto de compatriotas, tengan o no ombligo.



Salimos del confinamiento si no cambiados, sí reorientados. Algunos salen desesperados y hartos, otros con más calma de la que anticipaban, unos directamente sin muchas ganas de volver a la ciudad acelerada y llena de gente. Algunos vuelven tras un largo periodo de reflexión interior sobre lo que quieren hacer a partir de ahora, cómo quieren vivir, a qué le dan prioridad. Otros salen aterrados ante el futuro que nos espera, ante las fatigas económicas que se anuncian, la incertidumbre y la angustia por el trabajo y el sustento. Otros salen enfurecidos, reforzados en su odio hacia una u otra facción gracias a cincuenta días de rebozarse únicamente en ideas afines, cada vez más radicales. Otros salen creciditos en el convencimiento de que todo esto ya lo dijeron ellos, sin reparar en que dijeron una cosa y la contraria dependiendo de la dirección del viento y de lo que convenía en cada momento. En general salimos todos a esa realidad tan nuestra en la que la mitad del país odia a la otra mitad, con la que se ve obligada a convivir en adelante con asco y algo de culpabilidad por no atreverse a intentar cambiar las cosas, cómodos en la crítica y la descalificación constante, sin reparar en que si seguimos con esta actitud pueril ante la que se viene encima el desastre está asegurado.



Ahora queda salir ahí fuera y tener cuidado, como los patrulleros de Hill Street, y hacer examen de conciencia. Cada uno sabrá si lo ha hecho bien o lo ha hecho mal en estos días, si ha ayudado a que la cosa fuera más sencilla de pasar o ha contribuido al fuego cruzado y el incendio de los templos. Cada uno sabe si ha cuidado de los suyos o de los demás, si ha generado sensación de tranquilidad o de pánico, si ha reenviado mensajes hirientes o ha intentado cortar las cadenas de generación del odio, si ha cumplido con lo que la ciencia y la autoridad han dictado, si ha puesto en peligro a los vecinos o ha sido parte del muro de contención de la tragedia. Cada uno acabará por tener claro si se ha comportado como un adulto o como un niño, si es alguien de fiar o alguien de quien es normal que los vecinos sospechen, si se tiene por más listo que el resto o cree que la ley, aunque discutible e incluso injusta, esta para obedecerse y evitar así el caos y la injusticia. A estas alturas todos tenemos claro si estamos autorizados para regañar a otros y afearles su conducta o si también somos responsables de conductas merecedoras de ser señaladas, si hemos caído en renuncios y si somos lo bastante maduros como para acatar las consecuencias de nuestros propios actos, ya sean una multa, la culpa de haber infectado a otro, la responsabilidad de extender el caos y el mal ambiente o una conciencia sucia que repica en la cabeza cada noche durante los cinco minutos previos a caer dormido.



Y ahora lo que nos toca y lo que nos apetece es volver a ver en cuanto se pueda a la familia, a los compañeros, a los amigos. Con algunos habremos hablado casi a diario, habremos compartido preocupaciones y chistes sobre ponerse gordo, tablas de pilates y recetas de pasteles. Otros nos habrán abrasado con malas noticias, augurios oscuros, profecías apocalípticas. Unos nos habrán resultado sorprendentemente fuertes y templados, otros nos habrán sorprendido por su facilidad para entrar en pánico y hasta fomentarlo como manera de quitarse el peso de sus propios hombros. De algunos habremos acabado hartos por escuchar continuamente que ellos tenían la solución a todos los males desde el primer momento, otros nos habrán parecido admirablemente templados y modestos. Algunos nos habrán resultado extrañamente lejanos, esperábamos vernos más y hablar más estos días pero, qué cosas, al final no se ha dado, estará ocupado, tenía una llamada, me has pillado mal. Con otros pasará lo contrario, no esperábamos hablar tanto con Fulano, Mengano ha resultado estar pendiente en todo momento, qué sorpresa tan buena nos hemos llevado con Zutano, tan sensato en estos días. A algunos estaremos deseando verlos y con otros nada volverá a ser igual, con algunos habremos estrechado vínculos sin darnos cuenta y de otros habremos terminado un poco hartos, decepcionados por ver la cara menos amable, igual que ellos probablemente se hayan defraudado al ver nuestra actitud en estos días, tan distinta a lo que ellos esperaban. Con muchos no volveremos a tener el mismo trato por falta de ganas o por esa extraña timidez que nos asalta a la hora de mirar a los ojos a alguien que nos ha decepcionado. Con otros, lejanos en el tiempo y en el espacio, quizás querramos recuperar la charla frecuente, a todos nos ha sorprendido un mensaje de alguien desde otro país, fíjate qué majo éste, pensé que ni se acordaba de mí, debería retomar el contacto y pasar más tiempo con él, saber más de ella, charlar más a menudo.



Al final todo esto, que no ha acabado ni mucho menos, no ha dejado de ser una de las experiencias más intensas que hemos vivido en nuestras normalmente cómodas vidas, y por tanto hay que verlo como una buena ocasión para ser mejores. Si lo hemos logrado o no, si los de nuestro entorno lo han logrado o no, es complicado de explicar en palabras, pero se resume fácilmente contestando a una pregunta: ¿con quién tenemos ganas de vernos primero cuando, por fin, vuelvan a abrir los bares?




Playlist para el día 50, gentileza de la amistosa Blanca DB: See you soon, my Friends




Comentarios

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  2. Muchísimas gracias, caballero, por hacernos más llevaderos estos días, por hacernos reflexionar y sonreír; por darnos a conocer tantas cosas tan interesantes y curiosas. Gracias, por supuesto, también a doña DJ, por confeccionar con tanto ingenio la banda sonora de estos días de confinamiento. Madre mía, qué culturón musical que tiene y qué ingénio para la asociación de ideas.
    Ojalá - o ajolá, como decía un amigo mío de un pueblo, por cierto, bastante cercano a Castilleja del Cuesta- vuelvan ustedes pronto. Así, sin compromiso, como por sorpresa, como quien no quiere la cosa. Seguro que somos muchos los que se lo agradecemos.
    Y bueno, si me permite, una pregunta que hasta ahora no me atreví a hacerle. Siceramente, es que me pica la curiosidad ¿Es usted pariente de Rubén?
    Muchas gracias de nuevo. Espero que aunque sea de forma esporádica nos sigamos viendo por aquí.
    Y sepan que forman ustedes un maravilloso equipo.
    Un abrazo

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    1. Muchas gracias a Vd. De Ruben no soy pariente, sino admirador. De Nacho y Jose Maria ni pariente ni admirador, de Ortega tampoco pariente y muy poco admirador, salvo cuando aquellos quites con Julio Robles. Siento una vez mas lo de las tildes, por cierto.

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