Diario del aislamiento Día 15: Ironías del presidio (III)




Tercera entrega ya de este relato fantástico que resulta que nos está pasando, qué cosas, oiga. Ayer era el resto del mundo y hoy miramos lo que pasa en casa.  



Tras dos semanas de aislamiento, sabemos hoy que al menos hasta mediados de abril nos quedaremos en casa, sin salir. El Gobierno extendió recientemente el estado de alarma y a día de hoy la sociedad se divide en dos bandos: los que creen que esto va para largo y los que creen que esto va para muy largo. Las medidas anunciadas ayer mismo indican que, a pesar de algunos indicadores positivos, la lucha por aplanar la famosa curva está resultando más larga y costosa de lo esperado aunque parece que, en efecto, se va aplanando. A partir de mañana y hasta el día 9 de abril se paraliza toda actividad no esencial, es decir, relacionada con la sanidad, la alimentación y pocas cosas más. Para muchos no habrá ninguna diferencia: nos quedaremos en casa y saldremos solo a comprar comida o a la farmacia, porque, en el fondo, no somos en absoluto esenciales.  

La pandemia pone las cosas en su sitio, más aún una vez apretadas las tuercas de las medidas de aislamiento. Cuando las cosas se ponen realmente feas, el Gobierno manda a casa a las clases medias y las élites (sea lo que sea eso) y deja en la calle a aquellos a los que las élites normalmente no respetan. Transportistas, reponedores, limpiadores, enfermeros, médicos de la sanidad pública, electricistas, fontaneros, albañiles de urgencias, técnicos de ascensores, soldados rasos, agricultores y ganaderos quedan expuestos y en primera línea para así asegurar la existencia de los no esenciales, una de las grandes ironías del momento. ¿Para qué valen los modelos, futbolistas e influencers, los grandes iconos de nuestra época, cuando hay que garantizar la vida real? Cuando pase la urgencia y las vacas flacas posteriores y lleguen los recortes que terminen con muchos de estos trabajadores esenciales en la calle, ¿alguien se acordará de que sin aquellos a los que la crisis afecta primero, las crisis verdaderas son imposibles de superar

El Gobierno, mientras tanto, sigue trabajando como puede, con retraso y sin acierto gran parte de las veces, intentado superar una situación para la que no está preparado. No nos presentamos para gestionar esto, parecen decir los ojos aterrorizados de muchos de los que salen en las ruedas de prensa, no sabemos, no podemos, no queríamos. Nos presentamos para otra cosa, para mandar en situaciones favorables, para ganar prestigio y presumir en las cafeterías, como mucho para capear una crisis de las normales, una crisis bajita y con aparato, una crisis manejable. Si nos llegan a decir esto no nos presentamos, vaya que no, que se presente Rita. 

El Gobierno, ya de por sí en el ojo del huracán, se encuentra además entre dos fuegos. Al norte se abre un nuevo frente con el que no contaba Sanchez. Este, quien vio en el Brexit la posibilidad de subir un puesto en el escalafón europeo y hacer inclinarse la balanza según de qué lado se pusiera en las alianzas internas de la UE, se ve ahora como el saco de los golpes holandeses. En el último rincón del inconsciente colectivo resuenan como un trueno los tacos de la bota de De Jong en el esternón de Xabi Alonso y el españolito se acuerda del Duque de Alba. Menos mal que el presidente portugués da un puñetazo en la zona sur de la mesa, menos mal que nos queda Portugal.  

Eso sí, la antipatía de los holandeses en este caso tan grave se torna tiro por la culata cuando se sabe hoy mismo que a los Países Bajos llegan 600.000 mascarillas defectuosas que hay que devolver porque no filtran más que virus del tamaño de un melocotón. Los arrogantes neerlandeses ven cómo los mismos chinos que han timado a los irresponsables españoles les han mandado un cargamento de gatos, cuando habían comprado liebres. El responsable del ridículo holandés se siente como si se le hubieran caído los pantalones en medio de su propia boda, y el responsable español respira aliviado por aquello del mal de muchos. Empero, su cara cambia de color cuando alguien en rueda de prensa le pregunta cómo es que han vuelto a comprar material al mismo proveedor timador, sobre todo cuando todos los demás países han anulado los pedidos y han añadido el nombre de la empresa a la lista de productores de artículos de broma. El responsable español mira a otro sitio, silba, dice eso de a la segunda bueno, ya, tal y se va a su casa a comer, tan campante. 

De puertas adentro la cosa no está mejor: la crisis se politizó mucho antes de lo esperado y desde hace días el barniz del “ya habrá tiempo” es cada vez más fino y transparente. En cada afirmación de apoyo de la oposición hay una coda crítica, un reproche, un ya lo dije yo, que anda que no soy listo. Las críticas intentan mantener las formas en esas curiosas comparecencias de prensa de la oposición que siguen a cada anuncio institucional del gobierno, pero se desatan en las redes y los grupos de whatsapp, donde casi todo vale. Bulos sobre cosas nunca dichas, noticias viejas que se envían como nuevas, afirmaciones fuera de contexto y titulares que no tienen nada que ver con el resto de la noticia corren como la pólvora y terminan por reconducir la crisis al familiar entorno de la confrontación patria. Lo que debería resolver la ciencia se ha convertido, sin saber muy bien cómo ni por qué, en un tema ideológico donde poco importa la razón o los datos, sino oponerse a lo que diga el contrario por muy razonable que sea. Se diría que los detractores del gobierno preferirían una hecatombe con tal de tener razón, de igual forma que los detractores de ciertos jugadores de fútbol parecen preferir la derrota de su propio equipo a que el blanco de sus iras meta un gol de antología y les dé la Copa de Europa. Si mañana, por arte de birlibirloque, todo terminara, España se librase de la amenaza y la gestión de la crisis fuera alabada en el mundo entero, algún buen patriota se llevaría un disgusto. El absurdo nacional, una vez más.

La pinza al Gobierno se completa con posiciones sorprendentes por parte de la oposición. Desde los partidos conservadores se tira con bala a todo lo que hace el Gobierno, aunque esto no es novedad. Mientras el alcalde Almeida ve cómo su popularidad sube gracias a la prudente estrategia de ser más respetuoso que el resto, algo novedoso sobre todo para él, la presidenta Ayuso lidera la carga. Con su característica mirada perdida reclama medidas más restrictivas, el desbloqueo del material que el gobierno retiene aparentemente para molestar y anuncia la compra de dos aviones llenos de material sanitario, este bien escaso cuyo volumen se mide en ahora aviones. Póngame dos aviones de mascarillas y guantes, de los más tostaditos, gracias. Los aviones, a todo esto, no aparecen ni se da una justificación convincente de por qué la Comunidad no se preparó motu proprio antes del estado de alarma, toda vez que según dice tenía muy claro lo que venía. 

Para completar el cuadro, el Tribunal Supremo ordena a la Comunidad entregar material sanitario que esta retenía, ante la queja de los sindicatos del sector. Pero ¿no era el Gobierno quien retenía? ¿No se supone que no había material? La confusión aumenta proporcionalmente al volumen de información que manejamos. Al final, ¿Quién es competente para qué? ¿Quién debe comprar qué? ¿Cada uno compra lo suyo? ¿Quién es el intermediario, y por que se elige uno y a otro no? ¿Hay una lista de la compra nacional que se le da cada mañana al intermediario en un papelito para que vuelva con lo necesario, mascarillas, guantes, tests de los buenos, yogures, bolsas de basura de las perfumadas, lentejas de bote, un cepillo?

Apoyada en una prensa alarmista que prefiere asustar en los titulares a ofrecer datos procesados y limpios, la oposición confía en convertir la gestión de la crisis en un fracaso monumental del gobierno, tarea no muy complicada dada la impericia de este y la cómoda postura del ya decía yo que el español domina con la pericia que dan siglos de práctica. La estrategia no está exenta de riesgos: hacer que el gobierno caiga una vez pasada la crisis sanitaria, para recuperar entonces el poder en las siguientes elecciones y gobernar cómodamente. Hasta ahí bien, pero , oh wait, al parecer una vez pase la crisis sanitaria viene una crisis económica monumental. En fin, tenemos la receta del éxito, como en la última: reducir el gasto público, hacer recortes en sanidad y educación, blindar el sistema financiero incluso si es a costa de que el pueblo las pase canutas. Para cuando nos critiquen por echar a la calle a todos estos a los que hoy aplaudimos a rabiar a las ocho de la tarde, tenemos un argumento novedoso: la Herencia Recibida. No puede fallar, ole ahí los think-tank, venga esas cervezas. Y unas aceitunas también, así luego disparamos el hueso y lo pasamos pipa, oiga.


Este frente crítico común desvela curiosas paradojas, como que los partidos conservadores se alineen a la hora de pedir la parada casi absoluta de la industria y la construcción para centrarse en la salud pública, algo que parece ir en contra del deseo de su tradicional aliado, la patronal, y de su propio arsenal de eslóganes y logros pasados. Además, sus peticiones coinciden, oh milagro, con las de los partidos nacionalistas e independentistas, la serpiente con la que nunca quisieron alinearse y con la que ahora coinciden en un noviazgo novedoso. Rufián, el azote de todo lo azotable, pronuncia unas palabras en el Congreso que pasan desapercibidas a pesar de que emplea su tradicional ritmo ralentizado y enfático: “Si no paramos el país, nos quedamos sin país”. ¿Desapercibidas? ¡En absoluto! La frase causa un gran revuelo en el oprimido hogar de los Torra. ¡Insensato! ¡Felón! ¿De qué país hablas, criatura? se pregunta alarmado Torra al oírlo, dando un respingo del sofá desde el que sigue el debate en calzoncillos y con una camiseta de Curro, el de la Expo. ¡Especifica, collons!

El propio Torra, en su afán por hacer que no se olvide esa cruzada a la que ha dedicado su vida y que ahora nos parece una cuestión más propia de un adolescente caprichoso que de un señor con gafas, ha venido defendiendo el cierre a cal y canto de Cataluña, igual que Ayuso en Madrid. Torra ha criticado al gobierno hasta que lo ha necesitado, ha repudiado al ejército hasta que lo ha necesitado y a este paso le vemos vestido de chulapo si llega una carestía de agua, azucarillos y aguardiente. Con tal de dar la lata y denunciar lo mal que lo hace todo el gobierno español, termina diciendo lo mismo que Ayuso y al darse cuenta piensa que ya no sabe ni qué hacer con su vida. Al final voy a resultar ser el alma gemela de Ayuso, piensa Torra con la mirada perdida como la propia Isabel, y se imagina a ambos juntos de la mano, al atardecer, paseando sobre las ruinas de un hospital de campaña de la UME, seguidos de cerca por el hijo del perro Pecas mordisqueando un fuet. Toto, Dorothy y el León Cobarde como en El Mago de Oz, no me digan Vds que no haríamos una buena estampa, piensa Torra, suspirando y apretando un cojín con la cara de Puigdemont bordada en ganchillo.

Al igual que todo el mundo tiene claro que el pobre Fernando Simón, uno de los pocos especialistas españoles en la materia, no tiene ni idea de lo que habla y es un caradura, a estas alturas, todo español tiene una idea clara de cómo había que haber gestionado la crisis. Desde su silla de árbitro de tenis, el español medio afea al gobierno el 8-M, la lentitud a la hora de tomar decisiones, de comprar material, de procesar los datos. Poco importa que pocos días antes del 8-M anduviéramos todos en los conciertos compartiendo cervezas, celebrando goles abrazándonos en los estadios y de charleta en las terrazas, eso es distinto, hombre. Y lo es, claro que lo es, nuestra no es la decisión de prohibir los espectáculos ni teníamos la información privilegiada que ahora parece que sí tenían los responsables, pero la realidad es que esos días todos teníamos la información de lo ocurrido en el Mobile de Barcelona, de lo que estaba pasando en Italia y empezaba a pasar en España y, a pesar de ello, no hicimos nada. Todo el mundo esperó a que la autoridad prohibiera hacer cosas para dejar de hacerlas en el último momento, y eso que todo el mundo afirma que de la autoridad nunca se ha fiado y además siempre ha sabido que eran unos inútiles. ¿Por qué entonces, sabiendo que nuestros dirigentes son unos incapaces y que en Italia se desataba una pandemia, nadie hizo nada más que esperar órdenes, sin actuar por sí mismo? ¿Hizo alguien acopio de mascarillas, de gel desinfectante, de papel higiénico días antes de que el Gobierno pérfido y desbordado diera la voz de alarma? ¿Por qué las Comunidades Autónomas que ahora dicen que llevan meses viendo venir esto no compraron todo el material necesario para sus centros de salud cuando podían? Venga hombre, qué preguntas, céntrese, céntrese: aquí lo importante es que los del gobierno son unos mantas, no mareen, circulen, circulen.

La realidad sigue brindando paradojas que tendremos que ir desgranando desde casa, a nuestro ritmo, con tiempo. Suficiente tiempo para escuchar, al menos, siete mil canciones.



Playlist para el día 15, gentileza de la coherente Blanca DB:

Dos españoles, tres opiniones


Comentarios

  1. Salud, Maestro y Maestra. Les sigo en silencio cada día y si hoy lo rompo es para hacer una humilde corrección: los del Thinktank, con las cervecitas, expeliendo huesos de aceitunas a distancias siderales no se lo pasan pipa, se lo pasan pirata. ¡Pi-ra-ta!
    Un beso grande!

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    Respuestas
    1. Pues fijese que al principio habia puesto eso y luego lo quite porque me daba cosica leerlo ...

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    2. Claro, como para que no le diera. Es que da cosica, pero mucha. Abrazos!

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