Diario del aislamiento Día 8: El Día En Que Esto Acabe
Cuando empezábamos a darnos cuenta de que habíamos
pasado la mitad del periodo de estado de alarma, nos regalan quince días más de
calabozo. No es que no lo esperásemos, pero ya nos queda claro: cada vez, eso sí,
queda menos para que llegue el Día En Que Esto Acabe, el momento en el que es
imposible no pensar veinte veces al día.
Cuando entramos
en el confinamiento y pensábamos que esto iba a ser una cosa de 15 días antes
de volver a la normalidad, un plazo corto durante los que lo realmente
importante iba a ser cómo decirle de una vez a nuestros amigos que los memes
sobre el papel higiénico tienen un límite, nuestra idea del Día En Que Esto Acabe era muy distinta a la que tenemos
hoy.
En esos primeros
días de presidio uno imaginaba el Día En Que Esto Acabe como un 22 de diciembre
más, un día de brindis y abrazos en los bares, con cámaras de televisión y
duchas de cava Rondel Oro aprovechando la presencia de los periodistas. Inocentes, nos veíamos saliendo
con ropa limpia a respirar por fin aire puro con la cara con la que Heidi hacía
su primer paseo mañanero. Nos veíamos en la puerta de cualquier bar de la calle
rodeados de los vecinos, desconocidos antes pero ahora casi íntimos a fuerza de
vernos todas las noches a las 8 tocando las palmas. Todos estaríamos ahí,
abarrotando la barra: las señoras mayores que no han dejado de salir ni un
santo día, las parejas con niños y perros en plena forma de tanto paseo, los guardiaciviles
retirados con bigotito y loden, el calvo del segundo que nunca saluda al
cruzarse, el tío sieso.
La policía pasaría
por delante y haría sonar la sirena, el bar en pleno devolvería el saludo y aplaudiría
a la autoridad agradecida, lo nunca visto. Las barrenderas con su mono verde
lima-limón serían arrastradas dentro, recibirían una
ovación y una caña, un doble, un cubata. Gracias, gracias, no puedo, de verdad,
estoy trabajando. Saldrían a empujones no sin antes dar dos buenos sorbos al
cubata y se irían con el carro de los aperos calle abajo, con una sonrisilla.
El dueño del bar no daría abasto, esto es como el aperitivo de Nochebuena, ponte
una, Sebastián. Sebastián cedería y pondría muchos vasitos en la barra y los iría
rellenando con todas las botellas de la parte alta de la estantería de detrás
de la barra, esas que no pide nadie y llevan ahí desde 1978: Cynar, Pacharán
Zoco, Ponche Caballero, el licor de las casas colgadas de Cuenca. Qué, Sebas,
aprovechando para deshacerte del stock, qué cuco. Por la acera de enfrente un grupo
subiría gritando desde la plaza llevando a un señor a hombros. Querían
homenajear al colectivo de trabajadores de los hospitales pero no han
encontrado ninguno, están todos descansando tras días y días de tensión. Por no
echar el viaje en balde, se llevan a hombros a un podólogo que había intentado
entrar en su consulta a ver si había humedades. Al final se meterían todos en
otro bar y el podólogo, al entrar, se daría con la cabeza con un cartel que
pone “Bar Menéndez”. Pobre podólogo, como si no tuviera ya bastante con su
profesión.
A día de hoy,
esta primera imagen mental del Día En Que Esto Acabe ha cambiado
significativamente. Hoy ya sabemos que el confinamiento será más largo, que el
día que termine significará que el pico ha pasado y que las urgencias podrán
hacerse cargo de la situación sin colapsar, no que haya desaparecido el problema.
Para entonces quizás haya una cura, quizás haya una vacuna, quizás muchos
estaremos infectados. Lo normal es que ese día haya que ir poco a poco,
limitando el contacto social, las aglomeraciones, los abrazos y los besos. Ya
no concebimos el Día En Que Esto Acabe como una salida de toriles a la hora
convenida sino más bien como la salida gradual y desconfiada de un oso que
abandona desorientado la osera recién pasado el invierno, mirando a derecha e
izquierda.
Quién sabe cómo
estaremos todos el Día En Que Esto Acabe, aunque yo no
tengo dudas de que estaremos bien y con ganas de remontar el resultado. A
alguno tendremos que buscarle no tanto para celebrar sino para dar consuelo,
con otros habremos desarrollado una distancia incómoda tras una discusión por Whatsapp
sobre mandar o no mandar ciertos mensajes. Alguno saldrá del aislamiento la mar
de gordo, vestido de forma rara tras no haber conseguido meterse dentro de los
vaqueros, otros tonificados tras semanas de ejercicio en casa. Saldremos casi
todos blancuchos, muchos con la moral tocada, otros fuertes como robles. Con
algunos tendremos la sensación de haber hablado a diario aunque solo hayamos
cruzado unos cuantos mensajes escritos, con otros tendremos que hacer esfuerzos
para recordar si nos han contado algo importante estos días. Manejar toda esa gente que entró siendo de
una forma y puede haber salido un poco diferente nos va a llevar un tiempo de
adaptación.
Ese día, eso sí,
quizás nos cueste encontrar vida en las calles, tiendas funcionando, bares
abiertos. El Día En Que Esto Acabe alguno no podrá permitirse muchas cañas por
haber perdido su trabajo o tener un futuro incierto y ahí se va también a ver
de qué pasta estamos hechos. Será el momento de los que sí puedan pagarlas, la
ocasión de decidir si es mejor que todos nos bebamos una o que uno se beba diez,
de agradecer la invitación a un chupito de Cynar como si fuera un lingote de
oro. El Día En Que Esto Acabe también será una prueba para distinguir a los
niños de los adultos, los que piensan en los demás y los que no, los buenos de
los malos. En los bares, como casi siempre, encontraremos la respuesta.
Dentro de una
semana veremos si cambia nuestra percepción sobre el Día En Que Esto Acabe. Por
ahora lo que sabemos es que se avecinan tiempos duros, pero también que los
Bottle Rockets tienen la respuesta: Hard times ain’t nothin’, hard times
pass (gracias, Bizcotur).
Playlist para
el día 8, gentileza de la más-bonita-que-un-sanluis Blanca DB:
Steppin' out
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