Diario del aislamiento Día 2: Ovaciones



Domingo 15 de marzo, segundo día en casa (y lo que te rondaré, morena). Este blog se escribe a la hora de la merienda-cena del día al que hace referencia o a primera hora del dia siguiente, así que algunas cosas se traspapelan de un día a otro. Queda claro, ¿no?

La tarde-noche de ayer transcurrió tranquila, hasta que dejó de hacerlo gracias a la ovación prevista en homenaje al personal sanitario que se bate el cobre guante de látex en mano. Estaba prevista a las 22.00 pero se ha cambiado a las 20.00 para que puedan participar los niños, que es algo que nos parece muy bien. 

La de ayer, la primera, fue una ovación espontánea, emocionante y casi terapéutica por aquello de que uno no sabe bien si la gente va a salir a las ventanas o uno es el único que se ha enterado de esto y va hacer el ridículo aplaudiendo solo como un poseso en medio de un barrio en silencio. No fue así y la calle se llenó de ventanas abiertas y gente aplaudiendo. Alguno se vino arriba y se dedicó a silbar y dar voces y hasta a tirar petardos, como si la selección hubiera ganado una semifinal, así somos, qué quieren. Los memes posteriores, este tsunami de gracietas que está arrasando la realidad y quitándole hierro al asunto llegando a la frontera del hartazgo, terminaron por restarle emoción y solemnidad al acto.

Las ovaciones de estos días presentan varios problemas prácticos. El primero es de orden organizativo: se sabe más o menos cuándo empiezan, pero no cuándo acaban. Cuando va llegando la hora de aplaudir uno va dejando de hacer cosas, pero siempre hay un vecino entusiasta o necesitado de un relojero que empieza a aplaudir antes. Pero sin son menos cuatro minutos, ¿qué hace la gente aplaudiendo ya? La impaciencia tras llevar un día encerrado como un hámster o quizás las ganas de ser el primero y el más solidario llevan a alguno a empezar a aplaudir cada vez más pronto, marcando el paso y casi afeando al vecindario el no estar ya a lo que hay que estar, hombre ya, oiga. A este paso iremos empalmando una ovación con otra. 

A este problema se le añade saber cuándo hay que parar. Tras un par de minutos de ya no sabemos muy bien qué hacer. Nos miramos los unos a los otros y comentamos cosas de los de enfrente, anda, los del cuarto han tirado un tabique y mira qué bien les ha quedado, ah mira allí, resulta que esos niños tan rubitos que pegan pelotazos en el portal son hijos de ese señor calvo que nunca saluda, normal, como para estar educados con ese padre. 

Tras unos pocos minutos la ovación va perdiendo fuelle y uno piensa que se puede ir ya para dentro, que refresca, cuando se une la familia del sexto, que sale en ese preciso momento en tropel a aplaudir con entusiasmo. Estaría feo irse justo cuando ha llegado esta gente así que nos quedamos un poco. Tras los dos minutos adicionales de rigor ya volvemos para dentro cuanto un señor pone el Himno de España. Vaya hombre, tendremos que quedarnos, a ver si a alguien le va a sentar mal. Acaba el himno y otro vecino pone una canción de Perales y esto ya es demasiado, tira, anda, nos vamos de aquí que hace frío. Los balcones se vacían y el pobre señor se queda solo haciendo pucheros, recordando sus tiempos de pincha en los guateques.  

En los próximos días veremos si esto queda en una rutina o en una competición para aplaudir más que los italianos, que algo hay de eso. Hoy mismo ya había un puntito de tedio en el aplauso, quizás algo menos emotivo y sincero que ayer, algo más obligado. Tampoco ha ayudado a la solemnidad que al aplauso se sumara un señor con bigote que iba por la calle al que una vecina ha afeado la irresponsabilidad utilizando el elegante grito “a tu casa, subnormal”, tan apreciado en ciertos barrios.  

Uno teme que, conociéndonos, el aplauso pueda terminar por desviarse de su objetivo inicial. Ya sabemos la querencia patria a echar a perder las buenas iniciativas por intentar apropiárselas unos y responder otros. En algunos lugares se exigen ovaciones separadas, a otras horas, para reconocer la labor de los profesionales de la limpieza, quienes sin duda lo merecen. Otros piden también que se recuerde a cajeros y reponedores de supermercado un rato antes, y es justo. Bien. Los camioneros también tienen lo suyo, que andan los hombres de acá para allá por La Mancha cargados de papel higiénico. Policías, militares, bomberos y ambulancieros también lo merecen. No son buenos días para los autónomos, ni para los pequeños comerciantes, ni para los sexadores de pollos. A este paso salimos a ovacionar veinte veces al día. 

Algunos vecinos han empezado a poner el Himno Nacional durante las celebraciones, cosa que nos parece muy bien. Probablemente alguien interprete que este hecho, inocente en apariencia, encierre cierto mensaje subliminal dada la identificación que se hace en nuestro país con los símbolos patrios. Sabiendo cómo nos las gastamos, lo normal es que en algunas Comunidades Autónomas prefieran poner su himno en vez del nacional, lo que causará críticas, tweets iracundos y faltas de respeto desde todos los sectores. En otros barrios terminarán poniendo el Himno de Riego, unas Alegrías de Cádiz o “Maneras de Vivir”. Sería lo esperable. 

Teniendo en cuenta todo lo anterior y si las cosas discurren como nos tememos, no es del todo descabellado pensar en un minuto de aplausos de homenaje convertido en la oportunidad diaria para pelearse con los vecinos, eso que hacemos tan bien incluso en estado de alarma. De esta forma, el aislamiento podría terminar con una apretada agenda de aplausos para dar cobertura a todas las sensibilidades sociales. De esta forma llegaríamos al 27 de marzo con un horario bien fijado: a las 11, coincidiendo con la pausa del café, salen a aplaudir a los balcones los partidarios del café con leche mientras que abuchean los del café solo; los del Cola Cao aprovechan y abuchean a los del Nesquik, que hacen sonar cucharillas contra sus botes. A las 12 aplauden los taurinos y pitan los antitaurinos; a las 12:30 los béticos salen con cacerolas y los sevillistas con cubos de plástico, y lo mismo hacen otras aficiones rivales según la zona; a las 13:00 los partidarios de la tortilla con cebolla hacen sonar vuvuzelas mientras que sus enemigos aporrean cualquier instrumento de percusión (nótese que ese duelo es especialmente desequilibrado en Calanda). Tras la pausa para la siesta, las hostilidades se reinician a las 19:00, cuando comienza la disputa entre que aprietan el tubo de dentífrico por el medio o por el final, enrollándolo. Los detractores de la Tuna tienen su hora a las 19:30, momento en el que sus partidarios, escasos pero beligerantes, salen a la ventana en calzas, jubón y capa y ponen a todo volumen “Clavelitos” en la versión de la Tuna de Derecho de Alcalá de Henares, la más ortodoxa para algunos (no todos, ya que hay una facción disidente que pone la de la Tuna de Medicina de Santiago). Terminada esta última trifulca - quizás la más virulenta del día y que cuenta con gran cantidad de público neutral que asiste al pleito mientras bate huevos para la cena - ya es por fin hora del aplauso merecido para los sanitarios. Tras un día entero de palmas y pitos, la gente participa casi con desgana, agotada, por inercia. 

Vds harán lo que les venga en gana, que para eso son mayorcitos, pero en casa lo tenemos claro. A las 20:00 aplaudiremos un buen rato para animar y agradecer a sanitarios, empleados de limpieza, policías, militares, reponedores, cajeros, camioneros y todos aquellos que andan ahí fuera cuidando de nosotros con riesgo de su propia salud. Y a las 21:00, para animarnos a nosotros mismos, pondremos esta maravilla:




Playlist para el día 2, gentileza de la ilustre Blanca DB: 
Canciones para levantar el ánimo


Comentarios

  1. En particular, mi documento histórico favorito sobre el tema, es el "Laterculus regnum Visigothorum. Por motivos obvios.

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