Diario del aislamiento Día 3: Primeros síntomas del bajón
Lunes 16 de marzo, primer día de trabajo desde
casa, primer día desde que empezó esto en el que se nota que no está todo el
mundo conectado 24 horas.
Pasada la curiosa
euforia de los dos primeros días, llegó la realidad. Una vez digeridos los dos
días del fin de semana y su interminable lista de propósitos, chistes y
mensajes en el móvil, llegó lo que parece ser el primer día en el nuevo mundo
real.
Si a uno le
hubieran preguntado antes de estar en ningún tipo de cuarentena si serían
diferentes los días de fin de semana o los de diario, uno habría dicho que no.
¿Por qué? Un día es un día, sea viernes o sábado o lunes, no parece que lo que
pase en el mundo exterior deba influir lo que pasa dentro de un confinamiento. Ahora
no nos parece tan claro.
Mirado con la
mínima perspectiva que da un solo día de aislamiento, el fin de semana recién
pasado se ve ya como un disparate. Antes de entrar en vigor el estado de
alarma, durante el fin de semana, uno veía el confinamiento como un aislamiento
light, un aislamiento con jornada reducida. Estaremos en casa, sí, pero oye, si
la clave está en no cruzarse con nadie o estar a más de un metro y medio de
distancia, podremos ir a dar un paseo, a correr por la mañana, a echar un piti
a la calle. El aislamiento se veía también como algo parecido a un retiro en un
spa: tendré por fin tiempo para mí, y tengo películas, tengo discos, tengo
libros, tengo treinta mil rollos de papel higiénico que, haciendo una cuenta
generosa, terminare de usar en 2037, cuando probablemente su función la cumpla
una app o un robot con cara triste.
Hace solo dos
días que hoy parecen veinte, todo era fuerza y pensamiento positivo: durante el
aislamiento haré deporte en casa, a diario y sin faltar. Ordenaré los armarios,
me desharé de las conservas que llevan en casa más tiempo que la puerta, leeré
libros que me esperan, montaré una estantería. Aprenderé a cocinar como los de
Masterchef, aprenderé italiano como Peter Griffin, haré un curso a distancia en Harvard
como Pablo Casado, me volveré flexible como una tarifa de fibra óptica. Como en
esos puentes de cuatro días en los que metemos en el coche las zapatillas de
correr, cuatro libros de 500 páginas, el equipo de buceo y dos cajas de
botellines (en los que luego sale uno a correr 20 minutos, lee 20 péginas y se
bebe 20 cervezas al día), el tiempo y la energía parecían eternos, el ánimo
parecía indestructible y el camino por delante, placentero.
Y además, qué
caramba, parecía que esto iba a ser divertido. A un ritmo de mil whatsapps a la
hora, el teléfono echaba humo: en cada grupo de whatsapp los integrantes
rivalizaban por ser el primero en mandar el meme que inevitablemente iba a
llegar en los próximos minutos a todos los demás grupos, así que era importante
ser el primero en enviarlos, sobre todo al grupo de los del colegio donde
parece que Fanjul toma ventaja en la carrera de ser el más salado, siempre
envía los buenos el primero, el cabrón. En las casas se palpaba la tensión, todo
el mundo concentrado en su móvil sin dar abasto a la hora de abrir todos los
chascarrillos y reenviarlos y nada más importaba en el mundo.
- Mama,
ayúdame que me he quedado colgada del tendedero a una distancia de 23 metros
del suelo, aproximadamente.
-
Hija,
no me molestes, ¿no ves que estoy viendo memes y mandándolos a todos los chats
familiares? También tú, hija mía … es que cómo sois los niños de impacientes y
egoístas, menuda generación de imbéciles hemos creado.
Las sucesivas
oleadas de memes (el papel higiénico, las ovaciones, los niños en casa, las
ruedas de prensa, las peluquerías, los paseos de perros …) anunciaban días de
risa constante. “Qué inventiva tiene la gente”, decíamos, “qué
rapidez y también cuánto tiempo libre, qué salaos son, seguro que esta gente
esté en paro y se podría ganar la vida haciendo monólogos o de creativo en una
agencia de publicidad o yendo de puerta en puerta acompañando a los mormones
para que les hicieran más caso”, pensaba el pueblo confinado mientras
enviaba memes y memes a todo el mundo, cientos de memes, miles de memes, venga
memes.
Y así pintaba el
fin de semana, pero cambió el tiempo y llegó el lunes. El lunes amaneció más frío
y lluvioso y la gente tuvo que trabajar y dejar de mandar memes lo que, por
cierto, fue una bendición: hacia el domingo por la tarde estábamos ya de memes
hasta el gorro.
Llegó el lunes y,
con él, los mails de trabajo, los silencios largos y el tiempo para pensar.
Para pensar en lo que hay, para pensar en lo que viene, para pensar en los que
están solos en casa, en los que están asustados, en los más débiles. Tiempo
para mirar más allá de la vorágine de whatsapps, bulos, datos y chascarrillos, más
allá de las constantes noticias y tertulias, más allá de las teorías y las
opiniones de los que no tienen ni idea, pero afirman solemnemente todo lo que
ya es obvio.
El lunes bajó el
número de mensajes al móvil y también su tono. Ya no había casi memes y sí
muchos mensajes más propios: ¿estás bien?, ¿todo bien?, ¿los niños bien? La
lluvia, el silencio en la calle y las ideas en la cabeza. Las pocas ganas de
ver las noticias, el hastío de hablar siempre de lo mismo, la ovación
descafeinada, ya casi funcionarial de las 20:00. Llegó el lunes y con él la
realidad, que nos golpeó en plena frente con la violencia con la que golpea el
mango de un rastrillo pisado en el jardín. El lunes nos vino a decir lo que
realmente viene, lo que va a ser estar en casa estos días, la prueba mental a
la que nos enfrentamos.
Pero, qué quieren
que les diga; es normal, al final fue lunes, otro lunes.
Playlist para el día 3, gentileza de la inigualable Blanca DB:
Necesitamos himnos.
Necesitamos himnos.
Los nombres son divertidísimos. No puede dejar de pensar que Versalico tuvo que reinar en algún momento. Aunque fueran minutos, venga.
ResponderEliminara ver, ilustrenos
ResponderEliminarMe encanta esta playlist!
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