Diario del aislamiento Día 24: Reasons to be cheerful, Part 1


Veinticuatro días escuchando desgracias y malos rollos. Quizás haya llegado el momento de dar un volantazo.

A estas alturas ya lo sabemos todos: hay una crisis mundial, todos los días mueren personas, el personal sanitario está desbordado, no hay mascarillas ni guantes ni gel desinfectante. La gente lo está pasando mal, cada vez escuchamos casos en círculos más próximos, la gente más mayor es más vulnerable y tiene miedo, es complicado ver el final de todo esto. El encierro es duro, las noticias son complicadas de asumir, se empieza a hacer largo, queda mucho por delante, no sabemos cómo vamos a llegar al final ni lo que nos queda después.

También sabemos gracias a los muchos memes que nos llegan que la gente está cabreada, asustada y hasta rabiosa. Oímos quejas, rumores, bulos, información privilegiada que siempre viene de un primo de un vecino que trabaja en un hospital en el que pasan cosas horribles. Entendemos que la gente necesita soltar vapor y todos tenemos margen para tolerar salidas de tono, todos nos ponemos en los zapatos de los que están asustados, también nosotros lo estamos. Vale, eso lo entendemos todos.

También nos hemos enterado, cómo no hacerlo, de que mucha gente piensa que esto es culpa de alguien. De los chinos que preparan la III Guerra Mundial de tapadillo, de los saudíes que quieren colapsar los mercados y comprarlo todo porque saben que los días del petróleo se terminan, de los comunistas, de los Illuminati, de los Testigos de Jehová, de los hipermétropes, de los de Palacagüina. Sabemos que en estas situaciones uno siente un cierto alivio pensando que todo es culpa de un ente superior maligno, así se quita la responsabilidad de tener que contribuir a la solución. Bueno, pues bien, es normal, ya nos pasaba de pequeños cuando perdía nuestro equipo, el terreno estaba en malas condiciones y los jabalíes habían comido porquerías, ya lo sabemos.

Pero también sabemos que, al menos por aquí, la cosa empieza a ir mejor dentro de la tristeza general. Que tras muchas dudas iniciales y muchos errores, la máquina ha empezado a funcionar. Sabemos que la sanidad aguanta el tirón gracias a la increíble labor del personal sanitario, mal pagado y mal protegido, benditos sean. Sabemos que el Ejército es capaz de levantar hospitales de campaña y desinfectar pueblos enteros. Que la policía, bomberos y compañía son capaces de mantener el orden y no hay grandes problemas en las calles si exceptuamos a los descerebrados (que no son pocos, pobres policías) a los que les da por ir a la playa, hacer fiestas.

Vemos por los datos que la curva empieza a aplanarse, que se va curando más gente, que muere menos, que hay menos ingresos en los hospitales. Para disgusto de algunos, parece que los plazos que indicaron los expertos se van cumpliendo, que los contagios desaceleran y que los pobres médicos y enfermeras tienen un mínimo respiro aunque sigan yendo muy por encima de las pulsaciones recomendables. Parece que la ciencia tiene respuestas, que los responsables nacionales algo saben, que la OMS, a quien todo el mundo acude estos días, quedó impresionada por lo visto en España, por el arrojo y eficacia del personal sanitario, de limpieza y de seguridad de los hospitales, por las medidas tomadas en tiempo récord.

Sabemos también que la gente en su inmensa mayoría se comporta bien y contribuye a que la cosa mejore de la forma más rápida y tranquila posible. Que la mitad de la población se ha lanzado a hacer mascarillas, repartir comida, hacer torrijas para los vecinos y dejárselas en la puerta. Que pasada la primera reacción de alegría histérica, la inundación de memes sobre papel higiénico y los mensajes catastrofistas, la gente se va moderando y tomando la responsabilidad de no infectar chats y redes sociales. Que empieza a comprobar las noticias antes de hacerlas circular, que entiende que hay que evitar mandar bulos solo porque confirman las ideas de uno y refuerzan nuestro cabreo, que hay que controlar las emociones e intentar ser positivos, pensar en los que lo están pasando mal y no contribuir a su pánico gratuitamente. Que queda menos aunque lo que venga después quizás sea peor y que si llegamos desgastados y peleados a ese punto quizás nos convirtamos más en parte del problema que en parte de la solución.

A estas alturas vemos que, tras el primer susto y la normal reacción infantil de echar la culpa de todo al primero que pasa por la puerta, la gente va cobrando consciencia de que esto no es culpa de unos señores en unos ministerios, que se puede mejorar mucho la gestión pero los que están al frente tienen una papeleta de las gordas y tratan de hacerlo lo mejor posible. Que preferiríamos tener a otros al frente más capaces, más carismáticos, más inteligentes, sí, pero que nos ha tocado jugar el partido con los jugadores que tenemos y no con los que nos gustaría tener; quizás en un futuro lleguemos a la conclusión de que la solución es apoyar más y animar más fuerte, que estos lo necesitan más que otros mejores pero de su éxito depende nuestra felicidad, esto lo habría entendido bien Radomir Antic.

Queda mucho y conviene ir alimentando la esperanza. El que ande bajo de moral que llame a sus amigos para charlar de tonterías y despejar la mente y que evite amargarles con malas noticias. El que tenga miedo que lo comparta, que estamos todos igual. El que tenga un mal día que intente gestionarlo solo en vez de arruinárselo al resto. El que piense que todo esto es culpa de un ente superior maligno, de un partido político o de una sociedad secreta a la que derrotará un superhéroe con los calzoncillos sobre el esquijama, que respire hondo y asuma que el problema es nuestro y lo tenemos que resolver nosotros, como los mayores. El que crea que puede hacerlo mejor que los que lo están haciendo, que se postule para ayudar y deje de criticarlo todo desde el sofá. El que piense que puede contribuir, que se ofrezca voluntario. El que no quiera ver las cosas que van bien y se empeñe en resaltar todo lo que va mal, que se recluya aún más para no contaminar al resto.

El que no tenga esperanza, que se calle; el que no crea, que se aparte. El que ande con fuerzas, que ayude, el que tenga tiempo, que haga algo por el vecino. El que sepa chistes que los cuente, el que sepa cocinar que mejore sus recetas para invitar a los amigos cuando esto pase, el que haya perdido contacto con sus amigos de antaño que lo recupere. El que sepa de música que la comparta, el que lea mucho que recomiende libros, el que tenga amigos médicos que les llame y les de las gracias de nuestra parte y le pregunte dónde podemos mandarle torrijas. El que esté tranquilo que calme a los que no, el que tenga aún paciencia que explique esto a los que andan nerviosos, el que esté sentado que se ponga en pie y ponga a todo volumen ESTO: 

Playlist para el día 24, gentileza de esperanzada Blanca DB:

Always look at the bright side of life

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