Diario del aislamiento Día 36: Hacia la revolución, pero de Usted



Y a los treinta y seis días metiditos en la cueva, ¿es posible que hayamos visto por fin algo que deberíamos haber visto desde el primer día?


Hace unos años, en una gran ciudad sudamericana famosa por su complicado tráfico, tuve que coger un taxi para atravesar el centro en plena hora punta. Era un día de verano, con mucho calor, en muy mala hora para meterse en el atasco pero no quedaba otra: no se podía ir andando, no había buena conexión de transporte público y la única forma de volver a tiempo al hotel era el taxi. Mala suerte.


Tras dos minutos en una esquina, apareció un taxi entre la multitud de coches que bajaban una de las avenidas principales, prácticamente compacta a esas horas. Me coloqué en mi asiento, di la dirección al taxista, abrí la ventana para que entrara el aire y me preparé para un viaje que prometía ser lento, ruidoso y desagradable. El taxi arrancó y desaparecimos entre la multitud de coches, directos al infierno.


Ir en un taxi sin hablar resulta una situación incómoda: el espacio es demasiado pequeño como para ignorar que hay otra persona dentro, también demasiado ajeno como para comportarse como si uno estuviera en su propia casa y estar tan a gusto consigo mismo. Resulta casi obligado intercambiar al menos unas palabras con el taxista por aquello de ser educado, sobre todo si es en un país extranjero y uno quiere agradecer la bienvenida y contribuir a dar una buena imagen de los compatriotas que puedan terminar llegando a la misma ciudad para que así les traten bien: hay que ver qué bonita es su ciudad, y que simpática es la gente, y qué bien se come sobre todo, estamos encantados de haber venido. Sin embargo, de todos es sabido que muchos taxistas tienen una querencia natural a hablar de todo y de nada a la vez, a creerse en posesión de la respuesta a todas las grandes preguntas de la Humanidad, a soltar soflamas que quizás no coincidan con la forma de pensar del viajero. En esos casos, el viajero se verá en la incómoda situación de estar bloqueado en un espacio pequeño, escuchando cosas que no quiere saber sin tener ni el tiempo ni la confianza ni muchas veces las ganas de ponerse a rebatirlas. Otras muchas veces los taxistas son excelentes conversadores con cultura y chispa y el viaje se convierte en un placer, pero la prudencia indica que es mejor asumir que si uno arranca a hablar demasiado pronto y el viaje es largo, corre el riesgo de convertir un viaje anodino en un soliloquio del taxista al que uno no tiene muchas ganas de asistir. Las cosas de los taxistas, aquí, allí y en cualquier lado, ya saben.


Estaba yo en la disyuntiva de si hablar o no hablar con el conductor cuando reparé en algo raro: en medio del atasco, con el calor, los coches a un centímetro uno de otro, los conductores tratando de cambiar de carril metiendo el morro del coche y sin poner intermitentes para evitar que otro conductor malgeniado le cerrase el paso, no se oían pitidos. Solo alguno aislado, muy de vez en cuando, pitidos reservados para el momento en el que el choque era inminente o alguien se había quedado parado mirando el móvil, interrumpiendo el flujo del tráfico, pero poco más. Un atasco en silencio, una multitud de coches pasando un mal rato y sin embargo ni un único pitido sin motivo, nada de utilizar el claxon para enviar complicados mensajes en clave, te estoy viendo, no te cruces, yo también tengo prisa, eres un listo, si sigues así me vas a dar, hay que ver qué coche más feo llevas, de Burgos tenías que ser. Nada.


La situación me pareció extraña y decidí, por fin, preguntar al taxista para así abrir la conversación.


-          Oiga, ¿aquí no pita la gente en los atascos? Me resulta extraño, esperaba un follón importante de pitos e insultos durante la hora punta y me encuentro con que va todo el mundo en silencio y a lo suyo, sin pitar a los demás.

-          En efecto, aquí ya no pitamos. Antes se pitaba muchísimo y era muy desagradable entrar en el tráfico, los pitidos te ponían de los nervios y llegaba uno a casa malhumorado de más, enfurecido, lo pagábamos luego en casa con los nuestros. Pero un buen día, sin saber muy bien por qué, se empezó a pitar menos, y luego menos, y luego menos aún. Se diría que la gente se dio cuenta de que tanto pitido no valía para nada, que no se avanzaba por pitar más fuerte, que pitar solo servía para poner innecesariamente nervioso al novato que acababa de empezar a conducir, para enfurecer al que llevaba varias horas trabajando y solo quería irse a casa, para sacar de quicio a los policías que intentaban poner orden. Así, de buenas a primeras y de forma gradual, la masa decidió empezar a comportarse mejor y a mirar mal al que abusaba del claxon. No sé decirle cómo ni por qué pasó, quizás tampoco cuándo, pero el caso es que pasó y es mucho mejor así para todos.

La historia me impresionó y me hizo pensar. Ya de vuelta pregunté a amigos de esa misma ciudad si conocían esa historia en la que, de forma milagrosa, el ciudadano medio había decidido por sí solo dejar de pegar pitidos en los atascos para no empeorar una situación ya de por si molesta. Ninguno había reparado en ello, casi todos confirmaron que cuando ellos vuelven a casa siguen oyendo pitidos, quizás menos que en Madrid. Atribuyeron la historia a una fábula del conductor, me dijeron que lamentablemente no era verdad aunque habría sido un bonito cuento.

Pero yo estuve allí, y en ese atasco de casi una hora, nadie pitaba. Nadie.  

*

Llevamos muchos días metidos en una casa, saliendo solo lo justo, llevando guantes y mascarillas para no infectarnos ni infectar a otros, asombrados de nuestro propio civismo, un civismo al que no estamos acostumbrados en el país del follón callejero y las colas imposibles. Si uno piensa fríamente en lo que se ha conseguido hacer, es para no dar crédito: 47 millones de compatriotas acostumbrados a hablar a voces, tirar las cabezas de las gambas al suelo de los bares y quitarle el aparcamiento al que no está rápido y espabilado, metidos en casa y cumpliendo la norma (excepto 650.000 a los que han multado, que no es poco) como si fuéramos daneses, japoneses, coreanos. Lo nunca visto.

Para recordarnos de dónde venimos y quiénes somos en realidad, la clase política se ha lanzado a dar un espectáculo lo suficientemente bochornoso como para no hacer gracia y lo suficientemente irresponsable como para no ser olvidado. Insultos, desprecios, desplantes, mentiras, acusaciones infundadas, exageraciones demagógicas, llamamientos irresponsables. Contradicciones en el discurso con tal de fastidiar al rival, cortinas de humo, manipulaciones, patrañas. Amenazas veladas, faltas de respeto, bulos, instigación de enfrentamientos y odio, miedo, asco. El espectáculo ya de por si lamentable se amplifica gracias a la acción espontánea de ciertos medios y partidarios de uno y otro lado, que contribuyen con su bilis a difundir un hedor insoportable por todo el ciber-territorio nacional, desprestigiando instituciones, contribuyendo a la difusión de miedos y mentiras, enrocándose en posiciones imposibles únicamente por no bajarse de su burro y asumir que el de enfrente tiene, como poco, el mismo interés que él en que todo se solucione lo mejor y antes posible. Durante días, la situación ha dado verdadero asco.

Sin embargo, el viernes asistimos incrédulos a algo que puede marcar un antes y un después: en el Ayuntamiento de Madrid, la oposición dejó claro al alcalde que puede contar con ellos, que están convencidos de que, si bien por vías diferentes a las que ellos propondrían, el equipo de gobierno quiere lo mejor para los ciudadanos, reconocen el esfuerzo y por tanto ahí están para lo que haga falta. El alcalde pre-pandemia habría contestado con un chistecito hiriente sobre Madrid Central para terminar haciendo referencia a los lugares comunes, ya saben, el comunismo es un régimen asesino, Pedro Sánchez copió la tesis, el 8 M no debió celebrarse, Iglesias tiene un chalé, que venga Banaché. Pero la situación parece haber cambiado las cosas y la respuesta del alcalde fue estupenda: muchas gracias por su apoyo, esto es justo lo que necesitamos, sabemos que estamos en las antípodas políticas pero eso ahora no es importante, a ver si entre todos salimos de esta rápido y luego ya nos dedicaremos a pelearnos por tontunas, que es lo nuestro.

¿Habrán dado con la tecla los corteses concejales de Madrid? ¿Asistiremos a partir de ahora a un espectáculo tan poco español como la colaboración entre rivales en busca del bien común? ¿Cundirá el ejemplo y empezaremos a ver a los representantes del pueblo comportarse como personas respetables? ¿Escucharemos en los discursos parlamentarios algo parecido a sabemos que tienen Vds que lidiar con una situación complicadísima, díganos que podemos hacer para que esto mejore? ¿Responderán los responsables al ofrecimiento diciendo muchas gracias por su ofrecimiento, la verdad es que toda ayuda es bienvenida, cuando les parece bien que nos veamos y hablemos del tema? ¿No les produce envidia cómo en otros países la oposición y sus partidarios hacen causa común con aquellos a los que les ha tocado gestionar la pesadilla? ¿Veremos a alguien sonreír al de enfrente, transmitir la sensación de que esto es cosa de todos y que realmente están en esto para ayudar?

¿Es realmente tan difícil comportarse de manera educada, al menos estos días? ¿Es necesario contestar siempre de manera desabrida y faltona? ¿No sería todo más fácil si cada uno recordara lo que nuestras madres nos decían desde que empezamos a tener uso de razón, sé amable con la gente, da los buenos días, lávate las manos, no te cueles en el autobús?¿Es necesario colarse siempre en la fila, responder mal, hablar a voces en los conciertos, creerse más listo que los demás y saltarse las normas que son para todos? ¿No se puede ser como Paul O’Connell el de la foto de arriba, un titan en el campo y un caballero fuera? ¿Tanto cuesta ser un poco cortés, un poco adulto, un poco buena persona, aunque sea solo en este momento? Si les produce vergüencita ajena ver cómo se conducen políticos y extremistas, ¿por qué tanta gente se empeña en reproducir sus comportamientos en su propia esfera de influencia? ¿Es realmente mucho pedir?


Quizás una oposición municipal responsable y un alcalde educado hayan dado con la tecla. Recemos para que así sea, por poco que confiemos.



Playlist para el día 36, gentileza de la educadísima Blanca DB:

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