Diario del aislamiento Día 30: Dilemas
Y, a los treinta días metiditos en la celda, nos preguntamos qué debemos hacer a la hora de asomar la cabecita al mundo exterior. Dilemas.
A estas alturas quizás hayan tomado Vds una decisión firme e inamovible sobre cómo afrontar el día a día informativo en tiempos de pandemia. Habrá quien haya decidido leer todo lo leíble y ver todo lo visible y lo invisible, peinar la prensa, intentar informarse tanto de lo que dice la ciencia como de lo que dicen los opinadores políticos para estar así informado al detalle de qué se dice y por qué se dice. Otros habrán optado por lo contrario: vivir en un capullo de seda auto-tejido, alejado del ruido exterior, manejando la situación con el menor número de interferencias posibles para asegurarse una transición pacífica sin demasiados sustos ni demasiados encontronazos con la realidad y sus portavoces, ya sean tranquilos informadores asépticos o voceros interesados y asusta-viejas.
Algunos moderan la inyección diaria de negatividad viendo solo un ratito las noticias en los diarios o cadenas que menos agreden a sus cansadas entendederas, otros prefieren entrar en todos los medios a pecho descubierto y batirse en duelo virtual con número de caracteres limitado, con seudónimo o sin él, y así pasar el día echando en cara a los demás su ignorancia, sus modales o su mala ortografía; ya saben, la trinidad del opinante acorralado en redes.
Yo, personalmente, no se qué hacer. Quiero estar informado pero la sobreinformación me agobia. Necesito saber qué pasa pero el filtro de cada medio y el ruido general de fondo que denuncia manipulación y mentira me afecta aunque no lo quiera, obligándome a contrastar y rebatir en mi cabeza mucho más de lo que me resultaría sano. Me gustaría limitarme a los datos oficiales y sacar mis conclusiones, pero no soy experto en el tema y eso me obliga a leer otras cosas para entender dónde estamos y saber interpretar los datos crudos. De camino hacia esa información, aunque no quiera, acabo saltando sobre los titulares y sintiendo naúseas ante las interpretaciones sesgadas e interesadas de cada lado. Aunque no quiera acabo leyendo lo que opinan unos y otros y, peor aún, visitando de reojo y con la nariz tapada la fosa séptica de los comentarios de los periódicos, la foto de un país que no me gusta. Entro a buscar información limpia sobre una emergencia sanitaria y lo que acabo leyendo son cosas como ignorante, asesino, fascista, comunista, sepulturero, mentiroso.
La verdad, no sé bien qué hacer.
A estas alturas quizás hayan tomado una determinación sobre cómo gestionar las redes sociales en las que operan, los grupos de las aplicaciones de mensajería a los que pertenecen. Algunos preferirán mirar todo lo que les mandan y jalear a unos y criticar a otros, enviar a su vez cosas que certifiquen lo que piensan. Otros preferirán no descargar nada, algunos solo mirarán lo que viene de los miembros del grupo que menos les puedan ofender, otros ni eso. Algunos habrán silenciado grupos, otros directamente se habrán salido, otros vivirán en la incómoda disyuntiva entre tragar bilis por no saltar o saltar y dañar amistades antiguas. Otros sencillamente se encogerán de hombros cada vez que reciban algo que no le gusta, bueno, no le des importancia, ya sabes cómo es fulano, siempre ha sido igual, lo que pasa es que ahora está más exaltado por la situación, ya pasará.
Yo, personalmente, no se qué hacer. Me irrita que se usen esos grupos para dar rienda suelta al delirio de otros, sin pensar en si en el grupo alguien puede sentirse molesto por lo que recibe. Me parece también que parte de ser amigo de otro es asumir que puede ser un radical en algunas cosas y que quizás reenvíe algo que considero un disparate con la mejor intención del mundo. A veces me veo en la situación de pedir por favor que no se envíen ese tipo de cosas para evitar el mal rollo que generan, pero por otro lado pienso que quién soy yo para decirle a la gente lo que está bien y lo que está mal. En algunos casos me entran ganas de rebatir lo que se recibe, pero en la mayoría de los casos opto por no decir nada y dejar la cosa pasar para evitar situaciones agrias; sin embargo, y cada vez más, esta opción pasiva y quizás más pacificadora me hace sentirme mal conmigo mismo, hartarme de ser yo el que tiene que tragar parte de la bilis que generan otros y dar la impresión, con mi silencio, de que estoy de acuerdo con las locuras que se leen y escuchan.
No sé bien qué hacer.
A estas alturas es posible que Vds hayan tomado una determinación respecto a las decenas de informaciones que reciben cada día, informaciones escandalosas y preocupantes sobre actuaciones casi delictivas del gobierno, la oposición, las comunidades, las administraciones. Algunos de Vds habrán decidido reenviarlas sin mayor problema, siempre y cuando digan algo que contribuya a apuntalar su idea, favorable o desfavorable, sobre la forma en la que se gestiona la situación. Otros preferirán bloquearlas y no darles más recorrido, parando en seco la circulación pero sin mucho más que añadir. A otros les dará por investigar, rebatir, confirmar, hacer un trabajo casi de periodista de investigación: comprobar fuentes, cotejar opiniones, aplicar la lógica, quizás incluso acudir a páginas de fact checking en busca de luz o remitir la información a éstas por si tienen tiempo y ganas de desfacer el entuerto.
Yo, personalmente, no se qué hacer. En algunos casos dejo la cosa pasar, ni la abro ni la leo ni la reenvío ni la comento, lo tomo como un rebuzno más en el repugnante gallinero politizado en el que se ha convertido esta tragedia. En otros casos los leo, pienso sobre ello, los descarto pero me entero de qué van. En algunos casos me he pronunciado en el foro en cuestión, he aportado datos, he rebatido argumentos. He intentado aportar hechos, lógica, luz, antecedentes, contexto, argumentos racionales, opiniones flexibles basadas en realidades y no en conjeturas. He visto cómo una conversación limitada a la veracidad de una información en concreto se desvía hacia argumentos dignos de los neandertales, bueno, incluso si no es verdad no me extrañaría de estos hijos de puta, fin de la conversación.
En todos estos casos he dedicado tiempo a entender la raíz de lo que se dice, a buscar información para contrastar, a aplicar la lógica. Mi sensación es que no ha valido para nada: el que está convencido de haber enviado una verdad lo sigue estando aunque se demuestre que es mentira, y normalmente la conversación acaba saltando de pleno hasta territorio indemostrable, inalterable, inamovible. Este tipo de conversaciones pasan de lo fáctico a lo personal con demasiada facilidad y hay que tener mucho cuidado de no terminar erosionando relaciones de amistad por demostrar, es un poner, que el gobierno no ha abierto la puerta a la abolición de la propiedad privada.
Yo, la verdad, no sé qué hacer.
¿Qué hacer para sobrevivir a la situación sin caer en depresión y rabieta continua? ¿Qué hacer en los grupos de Whatsapp y redes sociales, para quedarse en paz con uno mismo y a la vez no poner en riesgo las relaciones con los demás? ¿Qué hacer ante las noticias falsas cuando el que las pregona no tienen ningún interés en admitir su posible falsedad? Me gustaría pensar que todo esto tiene alguna respuesta cabal y posible, pero cada vez lo veo mas complicado, la verdad. Cada vez tengo menos claro qué hacer.
Playlist para el día 29, gentileza de la dubitativa Blanca DB:
Freedom of choice
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