Diario del aislamiento Día 44: Pandemia municipal
El 26 de abril, cuando llevábamos 44 días metidos en conserva, se dejó salir a los niños en España, mientras que en otros sitios veían la medida casi con asombro.
El 26 de abril, para celebrar el 117 aniversario del Club Atlético de Madrid y algún otro acontecimiento clave para Occidente, el gobierno permitió por fin salir a la chavalada a la calle, eso sí, acompañada de adultos y con límites de espacio y tiempo. La reacción, como era de esperar, fue entusiasta y general, con masas de niños llenando las calles según los medios y no mucha gente según los amigos que habían aprovechado para sacar a los churumbeles. La información que hemos recibido sobre este fenómeno de eclosión primaveral de infantes en patinete es tan confusa como todo lo que rodea a esta crisis. Al final la impresión general es que la gente había abusado de la medida de gracia, pero no nos quedo claro si fue así en todas partes y, sobre todo, si a todo el mundo le pareció mal; en la prensa hay denuncias y también justificaciones, ya se pueden imaginar quien hizo cada cosa, a estas horas todo el mundo es ya muy previsible, sobre todo este blog. Al final se diría que una misma cosa está bien o mal según en que ciudad pase, cosas de la pandemia.
En Madrid, al menos en el barrio en el que uno habita, se vio bastante movimiento ya el sábado por la mañana. La calle estaba bastante llena de gente, en especial los que se supone que no debían estar en ella: los niños, que en principio debían esperar al día siguiente, y las personas mayores, que se supone que deben salir más bien poco. Quizás el solecito, quizás el hecho de que fuera sábado, quizás la confianza en que ya por unas horas la policía iba a ser generosa …. el caso es que la calle, en el rato mañanero en el que uno la transitó de camino a la farmacia, estaba casi como un sábado normal, tráfico incluido, con lo que es normal asumir que el domingo paso lo mismo. La impresión es que los paseantes iban bastantes apelotonados, muchos sin mascarilla y casi ninguno con guantes, mientras uno, enmascarado y pasando fatigas con las gafas empañadas, se plantea si es irresponsabilidad o desafío. Leyendo según qué cosas, ya no nos queda claro si hacer lo que nos dicen es lo correcto o es de panolis. Hay quien critica al que incumple y hay quien alardea de incumplir, y el que se identifica con el primero no tiene ganas de regañar todo el rato a los desafiantes incumplidores. Lo mismo pasa en la frutería cuando uno ve a una anciana sin mascarilla ni guantes toqueteando todas y cada una de las ciruelas de la tienda. ¿Qué hacer? ¿Respetar las canas y callarse? ¿Entender a la pobre señora y asumir que vive sola, en una situación complicada y hay que ser flexible? ¿Montar una escandalera en público y reñir a alguien que podría ser su abuela? La pandemia saca con facilidad al policía municipal que todos llevamos dentro y nunca sabemos bien si sacarlo a relucir y pasar luego un mal rato por pesado y regañón, o bien dejarlo acuartelado y en silencio y pasar también luego un mal rato por no haberle dado su tiempo de calle, como a los niños.
En Valencia, una de las zonas donde mejor se ha capeado el temporal por ahora, las imágenes eran algo desconcertantes. Multitudes en los parques que muchos pensábamos cerrados, partidos de fútbol improvisados en los que no se evitaba el tackle ni la celebración multitudinaria de goles en el descuento - algo en teoría prohibido por el distanciamiento social -, familias enteras parándose a hablar con otras familias enmascaradas. La autoridad local se ha visto obligada a pedir prudencia y, una vez más, a recordar a la indisciplinada masa que si las medidas se incumplen y hay un repunte, nos meterán a todos en casa de nuevo como castigo, como en el cole. Al final resulta complicado asumir que todo el mundo es lo suficientemente responsable como para cumplir con la normativa por sí solo, salvo cuando se es político: en ese caso es un argumento muy útil cuando el contrincante propone lo contrario, sabiendo además que en cualquier caso se puede cambiar de opinión porque, de cara a los partidarios, la hemeroteca trae al pairo. A las pruebas nos remitimos estos días en los que los mismos que pidieron a voces alargar el confinamiento piden ahora, una semana más tarde, que se autoricen las salidas de los niños, las carreras populares y los San Fermines si hace falta y traen rédito electoral.
En Barcelona, capital de la autonomía donde más bandazos de este tipo se han pegado (recordemos que desde el mismo lado se ha pedido el confinamiento a cal y canto y poco después la salida acelerada de casa lo antes posible y siempre antes que el resto de autonomías, por aquello del prestigio), las imágenes eran parecidas. Multitudes en las calles, en los paseos marítimos y en los bulevares, sin quedar claro, eso sí, si era un efecto óptico o realmente una cuasi-manifestación. De ser lo segundo, alguno denunciará la irresponsabilidad del pueblo asilvestrado y probablemente se lleve un pescozón de los firmes partidarios de todo lo que decide el Govern, que quiere que termine ya el cautiverio unos días después de pedir que se sellaran las puertas con cemento y lacre. Paradójicamente, los más anti-centralistas podrán utilizar los argumentos de un curioso artículo del ABC de hoy que viene a decir que demasiado bien se ha portado la gente después de seis semanas de injusto arresto impuesto por el autoritario gobierno de Sánchez, porque lo suyo es salir a la calle una vez levantado parcialmente el estado policial en el que nos han metido injustamente. Como en la opereta de Muñoz Seca, en Barcelona los extremeños se tocan.
En Sevilla, mientras tanto, la gente engalana los balcones con farolillos y telas de rayas ante la imposibilidad de ir a la Feria y con la moral alta por el bajo número de contagios en Andalucía. En Valladolid graban un corzo dando un paseo, en Asturias aparece un oso por las calles y alguien le hace una foto, qué valor el tío. En Auckland, Nueva Zelanda, dan por vencido al virus mientras que en Wuhan, China, dicen que ya no hay contagios aunque la gente se lo crea más bien poco. En Atlanta, Georgia, ya se puede ir uno a cortar el pelo y a hacerse tatuajes, curiosas las prioridades en el sur profundo de los Estados Unidos, no nos explicamos por qué no se ha hecho referencia a las tiendas de zarzaparrilla o de bolas de bolera. En París los niños andan de bajón: el día 11 de mayo, si todo sigue así, volverán al colegio y odiarán profundamente a los niños italianos y españoles que pasan curso con aprobado general. En Londres los niños ven cómo se incorpora por fin a la vida civil el niño más gordo del país quien, tras estar internado y pasar luego unos días de descanso para recuperarse del virus que tan inofensivo le parecía, vuelve al cole a tiempo para dirigir el desconfinamiento entre el horror de sus votantes y del resto del país. En Milán respiran un poco más aliviados y a partir del próximo lunes podrán ir de visita a familiares y amigos mientras que en Berlín, donde han pasado la crisis con nota, se disponen a retomar la vida normal con mascarilla como única molestia. Eso sí, comparado con lo que vemos en el sur, en Oslo, Copenhague, Rejkiavik, Helsinki y Estocolmo la vida casi sigue, como si tal cosa. La pandemia ha resultados ser global, pero también municipal.
Playlist para el día 44, gentileza de la cosmopolita Blanca DB: De viaje
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