Diario del aislamiento Día 19: Nuestros íntimos desconocidos



Y, el día 19, un post sobre un disgusto.  

Nota: El post de hoy se centra en la desaparición de un desconocido, justo en estos días en los que sabemos de más y más tragedias personales en nuestros círculos más próximos; quizás por ello les pueda parecer una tontería insustancial y fuera de sitio. Todos sabemos que hay gente cercana pasándolo mal, enfermos preocupados por familiares cercanos a los que no pueden ver, amigos que vuelven de firmar papeles que nunca habrían querido firmar. De todo eso hemos intentado huir en este blog superficial y frívolo que únicamente intenta que Vds (y nosotros) pensemos en otra cosa mientras se estrecha el asedio de malas noticias. Hoy, sin embargo, sí vamos a hablar del lado más negro de la pandemia, pero no lo haremos sobre nadie próximo. Disculpas por adelantado.



Hoy se ha muerto Adam Schlesinger. Así leído quizás no les diga nada, leído en voz alta quizás les diga aún menos porque tendríamos bastantes problemas para pronunciar correctamente el apellido. Tendríamos todavía más problemas para deletrearlo, aunque en Estados Unidos, de donde era, quizás sea un nombre normal. Otros datos de interés: 52 años, divorciado, dos hijas, aspecto de tipo normal, con camisa así normal, pelo corto, quizás un poco gordito. Vamos, como nosotros, un tipo normal con aspecto de ser aun más normal. Este tipo normal ha muerto por coronavirus, una muerte en estos días normal que a muchos que somos de esa quinta nos hace pensar en la verdadera dimensión del problema, como es normal.

Este tipo en apariencia normal resulta ser, para muchos de nosotros, un tipo extraordinario. Compositor de decenas de joyas que quizás Vds no conozcan o quizás sí, miembro de varios grupos durante su carrera pero sobre todo de Fountains of Wayne, uno de los grupos que nos hicieron dar saltos en los bares a finales de los 90 y primeros 2000. Compositor, ganador de múltiples premios, incluso candidato al Oscar por el tema central de “That thing you do!”, productor entre otros de los Monkees y de una de las bandas fetiche de este blog, They Might Be Giants, responsable de multitud de bandas sonoras de películas y series. Un tipo con apariencia normal que resultó ser de todo menos normal.

Se ha muerto un tipo normal durante una pandemia que está matando a montones de tipos normales y también a algunos tipos extraordinarios. Cuando no tenemos alguien especialmente cercano en problemas asistimos al parte oficial de víctimas con una preocupación progresivamente diluida, como con desgana, sacando inconscientemente conclusiones del todo egoístas: hoy solo 5 más que ayer, hoy 3, hoy 12 menos, bien, parece que esto desacelera, cada día está más cerca el momento en el que podamos volver a salir, ir a los bares, ver a los amigos. Visto así fríamente resulta de una insensibilidad casi cruel. Vivido minuto a minuto, día a día, nos parece normal, no lo hacemos con mala intención, al final te vas acostumbrando a todo esto, es casi un mecanismo de defensa. Es lo normal.

Este proceso de desafección y casi de desinterés se para de inmediato cuando salta un dato que nos toca directamente: un familiar cercano, alguien que conocemos, alguien de nuestra misma edad, alguien que nos lleva repentinamente a la realidad, memento mori. Pasa también si es alguien conocido, un actor, un músico. Para algunos, especialmente un músico. ¿Por qué? ¿Qué tienen los músicos, ciertos músicos, a los que no hemos conocido ni conoceremos nunca para que su muerte se convierta en un acontecimiento tan cercano? ¿Por qué nos llevamos un sofocón cuando nos llega la noticia aunque tuviéramos perdida la pista del músico en cuestión hace años? ¿Por qué esa necesidad casi inmediata de mandar mensajes a los amigos que comparten la admiración, de publicarlo en Facebook, de leer artículos e investigar su biografía como si fuera un emperador romano o el inventor de la penicilina?

Tomemos el caso de Fountains of Wayne y mi caso personal. Llegué un poco tarde a Fountains of Wayne, como a casi todo en la vida. En esa época no vivía en España y no tenía fácil acceso a música, casi toda me llegaba a través de cintas que me grababa Manolo y me dejaba en el buzón con canciones de los Posies y grupos de la cuerda, cintas que agradeceré toda la vida, qué alegría cuando aparecían. Cuando los conocí creo que me hice fan inmediatamente por culpa de “Radiation Vibe” y “Red Dragon Tatoo”, luego ya de muchísimas otras que se convirtieron en banda sonora de los viajes en coche, canciones perfectas para cantar a voz en grito cuando se va por la autopista camino de la playa, esta sensación tan familiar que hoy nos parece lejanísima. Nos sabíamos las letras de memoria, nos gustaban casi todas las canciones, todas eran apropiadas para casi todos los momentos.  Melodías y guitarras, estrofa, estribillo, estrofa, estribillo, estribillo, final, tres minutos de magia con letras fáciles de recordar y coros al alcance de nuestras limitaciones vocales y de memoria. Parecían hechas para nosotros, canciones para tipos de 30 años comportándonos como quinceañeros cuando las ponían en los bares, hechas por tipos de 30 años que parecían saber cómo pensábamos. Fountains of Wayne hacían la música que nos gustaba, tenían nuestra edad y hacían canciones que parecían hechas para gente más joven, que es como nos sentíamos. Fountains of Wayne eran de los nuestros y eran casi nuestros, y dimos un respingo cuando vimos la tienda de la que toman el nombre en un episodio de Los Soprano, sonriendo como si hubiera salido en la escena nuestro bar de referencia o el pueblo de nuestros veranos. Fountains of Wayne eran de los nuestros, entendían lo que queríamos, leían nuestras mentes, nos alegraban los veranos, podrían ser nuestros amigos si en vez de en Nueva York estuvieran en Gijón, en Cádiz, en Madrid. 

Fui fan absoluto hasta que les vi en el Arena en 2004; curiosamente, pueden ver en este enlace la crónica del concierto firmada por la autora de las playlists que acompañan a estos textos estos días. Esperábamos el concierto como el acontecimiento del año y el directo desveló algo que no me esperaba: Fountains of Wayne eran sosos. Bastante sosos. No actuaban como estrellas del rock, en particular Adam Schlesinger, quizás más el guitarrista. Eran tan sosos como nosotros. El concierto nos dejó algo fríos: ¿Cómo pueden ser sosos estos tipos que hacen estas canciones que nos alegran la vida? ¿No son hasta un poco blandos, un poco cursis con esas medio baladas con aires country? El concierto fue justo antes de los atentados del 11-M y fueron parte de la banda sonora de esos días duros, quizás ahí se amargó un poco el recuerdo del concierto.

Además, por esa época “Stacy’s mom” fue un éxito. Fountains of Wayne sonaban en más sitios, más gente los conocía, ya no eran tan nuestros. Ya saben cómo son estas cosas: cuando los grupos saltan del círculo más íntimo al gran público nos sentimos en cierta forma traicionados y es inevitable tener esa reacción infantil de “yo los conocí primero”. Los asiduos a conciertos conocen bien la sensación, todos nos hemos visto envueltos en esas conversaciones de bar al salir de la sala que dan tanta vergüencita ajena: han estado bien pero nada comparable a cuando yo los vi en ese garito diminuto en el que solo estábamos 12 personas, tras el segundo disco pasaron a ser un bluf, es ridículo ir a ver los Pixies sin Kim Deal, los grupos son buenos hasta que yo lo digo, que para eso me compré mi primera camiseta de los Nosequien en tal fecha (fecha que, cuando uno hace cuentas, normalmente desvela que era materialmente imposible: tendría edad de pedir un Scalextric). Quizás en el momento, todo hay que decirlo, uno se sintió de forma parecida con “Stacy’s mom”.

Pasada esta fase ridícula de gafapasta celoso, volví a escuchar a Fountains of Wayne. Me seguían gustando las de siempre, me empezaron a gustar más, qué cosas, los medios tiempos con aires sureños que me habían parecido más cursilones. Les empecé a pillar otro punto, quizás me hiciera mayor. Los vimos en la Nave de Terneras en el Cultura Pop de 2011 que organizaban Jose Luis y Teno, el póster cuelga aún en el Wild Thing. Lo pasamos muy bien: nos sabíamos todas las canciones y, sobre todo, nos encontramos con todo el mundo, con gente que hacía tiempo que no veíamos en bares ni en conciertos, con Juan, con Iñaki, con Manolo. Hombreee ¡cómo no!, sabía, SABÍA, que te iba a ver aquí, lo sabía, cómo estás, cuánto tiempo. En 2011 la gente ya tenía trabajos, niños, responsabilidades, canas, pero durante el concierto y el rato de después no tuvimos nada de eso. Fountains of Wayne nos parecieron menos sosos, quizás nosotros nos habíamos vuelto mas sosos para aquel entonces por culpa de los trabajos, los niños, las responsabilidades y las canas. Seguían sin aspecto de estrella del rock por más que Chris Collingwood se hubiera teñido de rubio, quizás para disimular que se estaba quedando medio calvo, como muchos de nosotros. Al final, es verdad que podrían haber sido nuestros amigos, les había pasado lo mismo que a todos, eran también tipos normales.  

Hace unos días nos enteramos de que Adam Schlesinger estaba ingresado en coma por complicaciones derivadas de una infección de coronavirus. Nos preocupamos, nos mandamos mensajes, pusimos canciones en Facebook. ¿Por qué nos preocupamos por este tipo que no conocemos y que quizás sea un triste, un soso, un malage? Quizás porque ese tipo normal, algo soso, sea también un poco nosotros mismos. Sin su talento para hacer lo que al resto de nosotros nos hubiera gustado hacer, viviendo en otra ciudad, sin habernos visto más que de público a escenario, pero extrañamente cercanos. Cómo no preocuparse del tipo que creó canciones que nos hicieron felices, canciones que nos llevan a días mejores y momentos inolvidables, canciones que cantamos a gritos en el coche, con las que saltamos puño en alto en los conciertos y cruzamos miradas en los bares. Cómo no sentir una pena egoísta cuando sabes que no estará ahí para hacer otra joyita que te alegre los momentos de bajón que nos quedan por vivir, o tocar en directo y crear una excusa para volver a ver a los que ya no vemos casi nunca. Cómo no lamentar haber hablado con él dos minutos y decirle lo que le decimos todos a nuestros músicos favoritos después de los conciertos, cuando están los pobres hartos y se quieren ir a su casa: soy súper fan tuyo, gracias por todo, te he visto en directo siempre que he podido, tu primer disco es algo que me llevaría a una isla desierta, tu canción sonó en mi boda, en un concierto vuestro conocí a la mujer de mi vida, sigue componiendo y tocando y no te mueras nunca, no te mueras antes que yo.

Así que ya saben. Escuchen canciones, vayan a conciertos, agradezcan a sus músicos favoritos el existir y el crear cosas que hacen felices a gente que no conocen. Compren sus discos, no pirateen, no se cuelen en los conciertos, no se dejen invitar, no hablen mientras tocan, sean respetuosos con ellos y con el resto de fans. Hablen con los músicos tras los conciertos pequeños, perdonen sus malas respuestas si les pillan hartos, compren sus camisetas, sus pins, sus vinilos y pídanles que los firmen. Denles las gracias por existir y compartir, por arriesgarse a mostrar en público su creación a riesgo de recibir críticas o que un imbécil les diga que dejaron de ser buenos el día después de aquel concierto en el que solo estuvieron 12 personas. Y no se avergüencen si se llevan un disgusto por la muerte de un músico que nunca conocieron y que quizás fuera un soso o un antipático: eso es, también, lo normal.

La canción de hoy debería ser de Fountains of Wayne, pero es una versión. También tuvieron gusto para versionar esta joya de los Kinks que resulta tan apropiada para estos días: Better Things. Disfruten, también hoy es posible.


Playlist para el día 19, gentileza de mi Julie, Blanca DB:

Gracias, Adam


Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares