Diario del aislamiento Día 28: Ironías del Presidio (V)


                    

Veintiocho días metidos en el pisito y en el mundo exterior siguen pasando cosas paradójicas, en esto no hay cambios respecto a los tiempos normales.

Pasadas cuatro semanas, algunas cosas empiezan a quedar claras en el panorama internacional para desesperación de muchos y alivio cortoplacista de otros. A estas alturas, parece que casi todos aquellos que compran cosas en China acaban trasquilados y recibiendo cosas diferentes a las pedidas, como pasa en Aliexpress. El que más y el que menos ha visto cómo recibe menos cantidad de mascarillas de las pactadas, cómo en la caja de los tests había en realidad farolillos rojos y chopsticks, o cómo todo llega una semana más tarde de lo previsto porque en el último momento apareció un mejor postor que se llevó el gato y los tests al agua. En China empiezan a volver a la normalidad aparentemente, vuelven los viajes internos, los comercios abren y el principal problema de la población ahora mismo es lidiar con sus propios problemas psicológicos tras más de dos meses metidos en casa entre el miedo y el desconcierto. Las cosas vuelven a la normalidad en China y la normalidad debe ser gestionada por un montón de gente que, tras lo ocurrido, ya no es normal.

Parece también que de Europa podemos esperar más bien poco, dada la tradicional tendencia a regañar de los del norte y la fama de los del sur, posiblemente merecida, de no cumplir con lo pactado y no aprovechar la bonanza para afrontar las vacas flacas. La Unión se enfrenta a una prueba más dura que la crisis del 2008, cuando los estados del sur quedaron señalados por los del norte: no nos fiamos de vosotros, si queréis ayuda será bajo nuestra supervisión, la de los hombres de negro, la troika, los norteños rectos y sensatos que mirarán con detalle todo lo que vosotros, mediterráneos católicos y amantes de la siesta y el tinto, hacéis con nuestro dinero. Desde el sur molesta esta sensación de desconfianza y superioridad y piden más solidaridad, más decencia en los malos momentos, no hacer política y escarmiento en medio de la tragedia. Holanda, adalid de esta postura, empieza a verse como un aliado odioso e hipócrita, capaz a la vez de tener un sistema opaco que permite a las multinacionales crear conglomerados de ingeniería fiscal para despistar a las autoridades de sus socios de unión y, a la vez, echar en cara a los sureños su errática política económica, soplando y sorbiendo a la vez. Cosas de las pandemias, suponemos.

El resto de Europa empieza a sentir también de cerca los colmillos de las cifras elevadas de muertos y contagios que hasta ahora señalaban a Italia y España como los caóticos latinos incapaces de organizarse a tiempo y de no saludarse dándose besos. En el Reino Unido su propio primer ministro sale de la UCI y deja en ella días de sufrimiento y toda su credibilidad a la hora de defender su idea inicial, es decir, que la mejor forma de pasar la crisis es dejar que el virus diezme a los más débiles hasta que el grupo se vuelva inmune y así proteger la economía: posiblemente, si se hiciera pública la factura de su tratamiento intensivo más de un ex - minero gales valoraría el volver a formar barricadas en las calles. En Francia también empeora la cosa y las cifras negativas aceleran y aceleran dando solidez a la teoría que apunta que los países que recibieron más turistas son los que tienen los índices más altos de infectados por pura importación, y por tanto la más alta probabilidad de que el contagio y el número de fallecidos se extienda. La reacción de Francia ante las dificultades de la UE para ponerse de acuerdo y su capacidad de hacer doblar la férrea voluntad de los alemanes pueden tener un efecto determinante en la postura de Europa. Al final es posible que se llegue a la solidaridad por los muertos, no por la decencia.

El país en el que la pandemia avanza desbocada es la primera potencia mundial, qué cosas. Tras el disparatado enfoque de Trump desde el inicio de la epidemia, variando desde el desprecio absoluto a la táctica del avestruz pasando por las recomendaciones delirantes, las últimas cifras anuncian una catástrofe nacional para que el sólido ego del americano medio y el monumental ego de su presidente quizás no estén preparados. Nueva York registra tantos casos como España, la pandemia avanza hacia las zonas más desfavorecidas del país y las cifras de muertos que baraja la administración son mareantes. Conociendo las extrañas reacciones del electorado americano tras las crisis, no sorprende que a pesar del caos y el desastre anunciado, Trump, que sigue mandando tweets y apareciendo en prime time en las televisiones como si tal cosa, recupere posiciones en los índices de popularidad. Los demócratas, con una candidatura unida tras la renuncia de Sanders, prefieren mantenerse callados y a la espera, sabiendo que el electorado no perdonaría un uso partidista de la crisis. La partida se pospone a la espera de los acontecimientos y de que Trump se termine de inmolar gracias a su megalomanía y torpeza, dos factores que no fueron obstáculo para su elección.

Menos cautos que los demócratas estadounidenses, los partidos de la oposición en España ya no disimulan a la hora de hacer de la crisis un terreno en el que forzar la erosión del gobierno y unas posibles elecciones anticipadas. El recuento diario de contagiados, fallecidos y pacientes curados, que muestra claros síntomas de mejoría, no es obstáculo para que se siga criticando la gestión de la crisis con una agresividad extrema. Ahora, pasado el tiempo de denunciar la improvisación, el desdén y la negligencia, llega el turno a la ocultación, la perfidia y la manipulación. Las cifras son buenas, sí, pero porque son falsas, dice la oposición, que curiosamente denuncia esta falsedad y ocultamiento en el mismo momento en el que empiezan a mejorar; se diría que las buenas noticias no lo son tanto para algunos. Ni rastro de estas denuncias tan graves cuando la curva estaba en su pico, momento en el que los números hablaban por sí solos; sin embargo ahora son el caballo de batalla de los opositores, que hasta anuncian querellas y denuncias para que sean los jueces quienes dictaminen si el gobierno miente al pueblo. La desviación de la cuestión a los tribunales parece muy apropiada, en la confianza que ante un juez si haya que mostrar hechos y datos y no únicamente opiniones y ficciones. De demostrarse lo cierto de la acusación, sería en efecto gravísimo y razón suficiente para pedir la dimisión del gobierno con algo más que memes y bulos, el arma favorita del ciudadano indignado. De no ser así, será interesante ver de qué forma se disculpan los inductores por haber creado ese clima de desconfianza y odio en los momentos más duros del país al que adoran, será muy interesante y, posiblemente, irónico.

El ciudadano medio se pregunta cómo es posible haber llegado a esta situación de clara pelea pre-electoral en plena crisis profundísima, como si la solución de la catástrofe fuera secundaria a la defensa de las ideas de cada uno, aunque esas ideas sean teóricamente la persecución del bien común, el bienestar social, la potenciación de la patria y el progreso del país. Sin embargo, el ciudadano exaltado, cada vez más numeroso, se encuentra cómodo en una situación que viene a confirmar sus convicciones, carentes normalmente de base que no sea la propia radicalidad y ceguera de su pensamiento. En el río revuelto, los exaltados de uno y otro lado ven una buena manera de ganar acólitos y para ello distribuyen bulos, mandan noticias falsas casi a sabiendas, no se molestan en pensar si en los destinatarios están hartos de recibir estas cosas o si estos esperan de los remitentes (que en muchas ocasiones son señores ya mayorcitos a los que se presupone cierta responsabilidad y sentido común) un mínimo filtro antes de hacer cundir el pánico y el odio. La confusión general, en un momento en el que no se sabe quién compra qué (o si las CCAA y el gobierno compiten entre ellos para hacerse con equipos sanitarios en el mercado internacional, como desvela un diario nacional hoy para así poner de manifiesto que unas funcionan mejor que el otro sin explicar lo paradójico de la competencia), quién es responsable de qué, quién envía qué cifra, son el escenario perfecto para que todo el mundo critique una cosa y su contraria. Aprovechando el caos, parece fácil afirmar que se tiene la solución definitiva que los inútiles de tal o cual administración no vieron y ya de paso intentar dar una cornada de muerte a los que no opinan como él. La opinión pública, más dividida que nunca en los tiempos en los que todo el mundo reclama unidad, España pura.

El ciudadano medio ve asombrado cómo un pleno del Congreso de los Diputados en la hora más grave que recuerda se convierte en un partido de ping pong en el que el representante del gobierno repite ideas vacías y da una lista de méritos y de cosas buenas que han dicho los medios y organizaciones internacionales sobre la gestión de la crisis, como si fuera un candidato flojo en una entrevista de trabajo. Al otro lado de la pista, la oposición contesta con listas de cosas que ya advirtieron ellos para demostrar que si prestan su apoyo al gobierno a la hora de tomar decisiones difíciles no es por sentido de la responsabilidad y la patria, sino por magnanimidad, como el profesor que aprueba a voces a un alumno nefasto para demostrar en público su bonhomía y generosidad.

Otro partido incide en la sarta de mentiras que vienen del banco azul, en la ignominia de la ocultación sobre las cifras, en cifras de muertos muy superiores a los que reportan los expertos, en el peligro de la llegada de una dictadura comunista, en la necesidad de dimisiones y gobiernos de urgencia, quizás en la obligatoriedad de desayunar churros y la recuperación armada del Rosellón y la Cerdaña como forma de acabar con la pandemia y reactivar el espíritu guerrero patrio. El socio del gobierno aporta poco y se limita a menear la cabeza en signo de desaprobación y desesperación, ay Dios mío qué país, qué país, como las viejas cuando veían que los jóvenes se dejaban patillas y fumaban mucho durante los años de la Transición. Solo los partidos pequeños y, oh sorpresa, hasta algunos nacionalistas e independentistas, parecen decir cosas normales, cosas de las que la gente piensa, qué ironías nos trae la pandemia. Los políticos juegan empero con fuego: a fuerza de forzar la situación y hacer exactamente lo contrario de lo que la situación requiere, corren el riesgo de ser totalmente ignorados. Ironías que nos trae la situación.

Confiemos, eso sí, en que acabemos saliendo de esta a pesar de nosotros mismos.



Playlist para el día 28, gentileza de la sagaz ambientadora musical Blanca DB:

Human behaviour

Comentarios

  1. Aúpa, Maestros. Esa de Billy Bragg es de mis favoritas del bardo de Essex. Un himno en mi casa. Y, por cierto, los fachas no se ponen de acuerdo, primero no querían confinamiento extremo y ahora se enfadan porque volvemos al confinamiento previo. Cada día me reafirmo más en mi condición de abstencionsita a machamartillo.

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    1. Esta version del The Great Leap Forward viene muy al caso estos dias https://www.youtube.com/watch?v=Zn06juaCNSA

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  2. El caso es estar en desacuerdo, no vayamos a hacer las cosas bien

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