Diario del aislamiento Día 22: Vuelta al cole



Y en el día 22 supimos que nos quedan otras tres semanas de Estado de Alarma, que previsiblemente serán tres semanas más metidos en casita, aunque quizás, si nos portamos bien y la cosa sigue mejorando como parece que mejora, nos empiecen a dejar salir con cuenta gotas para que no volvamos a crear el caos. Eso sí, ¿cómo será el día en que volvamos a hacer lo que hacíamos? Más adelante encontrarán algunas reflexiones absurdas al respecto.



El primer acto reflejo que tuvimos hace tres semanas cuando echamos el cerrojo Fac por dentro y nos giramos para ver la extensión real de nuestra casa-prisión fue hacer un cálculo mental: quince días. ¿Cuánto tardan en pasarse 15 días? Quince días de vacaciones se pasan en un suspiro, quince días escuchando a los Héroes del Silencio equivalen a un año luz, quince días de invierno de cualquier año tomados al azar no nos parecen ni mucho ni poco; no duran lo bastante como para generan un recuerdo reconocible ni lo suficientemente poco como para ser ignorados. Con esta última referencia nos quedamos entonces, con permiso de Bunbury. Nos quedaban por delante quince días grises y normales que se pasarían más o menos bien, pensábamos, todo es ponerse a ello, ser disciplinado, estar entretenido. Si los quince días se convierten en 7 días más, como así ocurrió, podremos con ello.

Veintidós días después de ese primer cálculo nos hemos dado cuenta todos de que no supimos medir bien lo que teníamos por delante. Veintidós días se han pasado rápido, no nos hemos vuelto locos, no paseamos en círculos balbuceando sentencias ni hablamos con el tronco del Brasil sobre la situación internacional. Algunos hemos adelgazado, otros hemos engordado, algunos han aprendido a hacer pan y otros a encender el horno. Todo ha ido razonablemente mejor de lo esperado, aunque ya hay ganas de salir de casa, dar un paseo; si fuera posible, darse una vuelta por este Madrid vacío que debe ser una belleza.

A pesar de los pesares y de la relativa ligereza con la que hemos sobre llevado el confinamiento hasta ahora, sabemos que es inevitable pensar de vez en cuando en el día en que nos dejen salir del cautiverio, ahora tres semanas más tarde de lo inicialmente previsto aunque ya nos lo olíamos, astutos como nos hemos vuelto.  También sabemos que lo más sano y razonable es mirar al día a día y no mirar mucho más allá del presente para no volvernos locos; aun así, lo hacemos, cómo no hacerlo, quién puede resistirse. La calle, los bares, la vespa, los conciertos, los partidos en el estadio, la oficina. ¿La oficina? Si, también la oficina, oiga.

El primer día de vuelta en la oficina lo imaginamos raro pero alegre, acostumbrados ya a trabajar desde casa en pantuflas y camiseta vieja, sin gente viniendo cada dos por tres a preguntar cosas que ya saben solo para que la decisión la tome otro o contar chismes del departamento financiero. Nos será raro entrar y tener que saludar a todo el mundo con más efusividad y dedicando más tiempo de lo normal, nos será raro hacer las mismas preguntas y contar exactamente lo mismo diez, veinte, treinta veces durante las primeras dos horas, nos gustará ir a la máquina de café y quejarnos de que no queda agua y de que la impresora no funciona y empezar a notar que, por fin, las cosas vuelven a su maravillosa mediocridad cotidiana.

Lo que intuimos es que el primer día de oficina a lo que de verdad se va a parecer es a la fiesta de 25 años del colegio. Tras cinco, seis semanas de confinamiento sobrellevados de aquella manera, el primer día de oficina va a ser la reunión de un montón de gente que resulta familiar pero que está cambiada, a la que reconoceremos por la voz, quizás por los gestos, a veces ni eso. A algunos nos costará reconocerles tras una barba poblada y una melena leonina; otros serán sencillamente personas diferentes, cambiadas por la introspección, el aislamiento y los donuts.

El primer día de oficina dará mucho de sí durante muchos días, eso sí, y los cambios en el personal coparán las conversaciones de la cafetería y las confidencias de la pausa del cigarrito. De boca en boca se comentarán los cambios físicos y de personalidad más llamativos. ¿Tú has visto qué gordo se ha puesto Montilla, el de compras? Si no se ha echado 15 kilos se ha echado 16, este no ha parado de comer ganchitos desde el 10 de marzo. Sin embargo, Céspedes ha vuelto hecho un figurín, se ve que le ha dado a las pesas, al pilates y a la verdura a la plancha. Lástima que durante el presidio no haya aprovechado para comprar ropa de unas tallas menos, esa sudadera Karhu descolorida, obviamente el botín de una reorganización de armarios, le hace tipín pero parece un pijama. Morales ha vuelto como más zen, dice que ha leído a los clásicos, que solo come tofu y que todo es relativo, y su compañero de departamento, el que fue novillero, se ve que ha tenido una epifanía y ahora viste vestidos ceñidos y cortos e insiste en que le llamemos Crystal. Lo mismo le ha pasado a Natalia, la de contabilidad: se ha dejado el bigote y ahora se hace llamar Gregorio, y se pone hecha una furia si no le dejan fumarse una faria después de comer y leer el Marca.

Mención aparte merecerá el capítulo capilar post-pandemia. En la primera reunión de departamento no habrá quien se concentre, todos mirándose unos a otros para ver los estragos del confinamiento en los estilismos, todos con los pelos alborotados y largos, de varios colores en muchos casos, algunos con trasquilones y calvas producidos por un cónyuge valeroso pero inexperto. La obligatoria clausura de las peluquerías, tema central de la producción de memes de los primeros días, tendrá en breve un efecto profundo en las relaciones laborales interempresariales y elevará al gremio de peluqueros y barberos, en consecuencia, al rango de Personal Esencial en la próxima pandemia.

Sin embargo, no todo es negativo: de igual manera que el cese del tráfico y la actividad empresarial ha supuesto la limpieza de nuestros cielos y la recuperación de especies amenazadas, la ausencia de peluqueros de guardia puede haber contribuido a la recuperación de una especie casi extinta: el calvo con coleta. El calvo con coleta fue una presencia abundante en los años 60 y sobre todo los 70, época en la que este atrevido estilismo gozó de un cierto prestigio social por atribuirse a personas con fuerte personalidad y sentido del humor. Pasada esta época dorada, el calvo con coleta languideció durante los años 80, en los que quedó reducido a una presencia testimonial en algunos grupos de tecnopop - donde se desempeñaban normalmente como teclistas- ante el desdén del resto de miembros de la banda, que lucían bien nuca rapada y tupé o bien tinte amarillo canario. En esos años la coleta de los calvos fue perdiendo empaque y terminó por ser un pequeño apéndice casi simbólico, una pequeña brochita como de maquillaje que abultaba casi menos que la goma que la sujetaba. Fue la época conocida como la Gran Depresión Coletera.

Los historiadores de la calvicie de diferentes escuelas coinciden en señalar la década de los 90 como el momento de la extinción de los calvos con coleta como colectivo genéticamente viable, resultado de la consagración como estrella mundial de Bruce Willis y consecuente reivindicación del cráneo afeitado como canon de belleza para calvos, en particular los de orejas de pequeño tamaño. Hasta ese momento era posible aún advertir la presencia de calvos con coleta en nuestro medio ambiente, coexistiendo con otro espécimen en apuros: el calvo con zócalo de pelo oscuro y calva brillante o “calva española”, así llamada por su proliferación en la península desde tiempo inmemorial, tanto en su subespecie más discreta de nuca limpia y recortada, o la más vistosa y tristemente desaparecida, caracterizada por sus mechones de pelo ensortijado y rizo de tamaño medio en la nuca, la subespecie fino calvo jerezano.

A partir de los años 90 pues, la población de calvos con coleta, muy mermada y dispersa, se reducía a ejemplares aislados en pueblos con jipi y/o agencias de publicidad. A partir de ese momento su población languidece y los avistamientos en las ciudades son cada vez más escasos, reduciéndose su presencia prácticamente a las apariciones en televisión del dueño de la tienda de tebeos de Los Simpson, Jeffrey “Jeff” Albertson.

El confinamiento, no obstante, puede que nos haya traído de vuelta este espécimen valiosísimo y tan amenazado como el lince ibérico o el tapir malayo, ese animal tan salado que vive en camiseta, como el tamandúa. De durar lo suficiente puede que nos traiga de vuelta otro tesoro perdido, el jevi calvo con greñas, personaje indispensable en cualquier bar de barrio que se precie. De este y de la posible vuelta de un complemento esencial para el caballero elegante, el peluquín, quizás hablemos en próximos episodios.  



Playlist para el día 22, gentileza de la académica Blanca DB: 
School days


Comentarios

  1. yo me acuerdo incluso de los calvos rastas o rastacalvos.
    Solo queda Gervinho

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  2. El jevi calvo con greñas tenía su ecosistema natural en pubs llamados Camelot, que no son difíciles de encontrar en poblaciones medianas y, casi sin excepción, en las cabezas de partido.

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    1. Correcto. Suelen ser ademas bondadosos, cabales y saben mucho de su música.

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